Corren tiempos que huelen a apocalípticos. Es un término que siempre ha olido a global; y ahora en nuestro siglo a globalización. El terrorismo en un fenómeno global complejo, pues no solo se limita a hacer estragos humanos y materiales indiscriminadamente, sino que sus víctimas se circunscriben no a un grupo étnico concreto, no a una religión determinada, sino que la afrenta, el desafío y el daño se dirige calculadamente a una cultura; la occidental. Pero para rizar el rizo aún más el ataque no se lleva a cabo desde fuera; aunque sí su dirección, sino desde dentro. En demasiados casos son personas nacidas en países occidentales, con una aparente vida occidentalizada y cierto grado de compromiso social, pero con ascendencias de otras culturas. Esa persona conocida por todos e integrada en esa sociedad occidental que ofreció a su familia e incluso a ellos otras perspectivas de vida y de progreso, de la noche a la mañana se transforma en un despiadado asesino, cuyo objetivo es hacer el mayor número posible de víctimas incluido él. El resultado jamás es el que se supone que pretendían estos asesinos, esto es, aniquilar la cultura contra la que atacan o conseguir algún tipo de prerrogativa política. El objetivo que consiguen, además de matar inocentes, es perjudicar a otros tantos inocentes provenientes de su propia cultura que sí han conseguido hacer realidad aquello de una vida mejor para ellos y sus familias, integrándose y respetando esa cultural que además de respetarlos a ellos, los acogió. Estas son las segundas víctimas, a veces silenciosas, de este terrorismo de actualidad que como último capítulo se ha hecho presente en Londres. Tiene un gran valor que esos otros inocentes levanten la voz no solo por ellos, sino por los otros que la han perdido. Sus voces son tan globales como el terrorismo.

* Mediador y coach