La muerte de las mujeres a manos de sus compañeros o excompañeros sentimentales suele venir precedida de un régimen de terror doméstico del que el asesinato u homicidio no es más que el colofón. Hablar de terrorismo machista no es, por tanto, descabellado, pues se produce en medio de la tranquilidad de una sociedad que no acaba de despertar a la lucha contra esta lacra. No hay momento en el que una mujer maltratada corra más riesgo que cuando denuncia a la persona que se lo inflige, y ello debería llevar a las autoridades a reforzar los protocolos de control. Todo esfuerzo es poco. Los cinco asesinatos, de tres mujeres y dos niños, que se han producido en la última jornada en Alhaurín de la Torre, Lleida y Gibraltar certifican una realidad que en muchos casos sigue oculta en el interior de los domicilios y que solo se da a conocer por su trágico desenlace. El lunes se difundió la Macroencuesta de violencia contra la mujer 2015 , que refleja que un 12,5% de las mujeres mayores de 16 años ha sufrido violencia física o sexual de sus parejas o exparejas a lo largo de su vida, una tasa preocupante aunque esté por debajo de la media europea, situada en el 22%. El PSOE pidió ayer en el Congreso un plan de emergencia, que el PP se mostró dispuesto a estudiar. El problema es de tal calibre que exige con premura consenso político y actuaciones eficaces.