El martes pasado, en tono casi humorístico, comenté que veía venir que el Madrid volvería a ser campeón de Europa. Mentiría si dijera que también he visto venir el cambio de gobierno, que en pocos días se iban a producir acontecimientos de tales características: la presentación de una moción de censura, su debate cuando apenas habían pasado unos días, y luego el resultado, porque hasta el momento ese mecanismo constitucional nunca había dado resultado positivo para quien lo presentaba. Aunque ninguna de las tres anteriores se parece, ni por la coyuntura o los objetivos perseguidos ni por los protagonistas: Felipe González, Hernández Mancha y Pablo Iglesias. Debo suponer que cuantos se refieren, en tono casi despectivo, a nuestro sistema político con la denominación de «régimen del 78» estarán contentos con los mecanismos establecidos por el mismo, puesto que han hecho posible un cambio de gobierno, justo cuando este se consideraba en un momento dulce, dado que había conseguido aprobar la Ley de Presupuestos. En definitiva, sí se puede conseguir un objetivo político tan importante como el de cambiar un gobierno mediante un instrumento establecido en la Constitución de 1978. Insisto: sí se puede.

El nuevo Gobierno de Pedro Sánchez se va a encontrar con muchas dificultades, no solo de las derivadas del número de diputados que componen su grupo parlamentario. Pero cuenta en su haber con algo muy importante, explicitado en sus últimas palabras en el debate de la moción: «Ha ganado la democracia». Y a partir de ahora sería importante que los ciudadanos no se dejaran llevar por la campaña de intoxicación que el Partido Popular y algunos medios de comunicación van a llevar a cabo en contra del nuevo presidente, y por ampliación, de su Gobierno. Tal y como han hecho desde un primer momento, tratarán de deslegitimarlo, ya lo hizo el propio Rajoy y luego en tono más desabrido, como acostumbra, el portavoz parlamentario del PP, Rafael Hernando. Esto no es algo nuevo para la derecha, ya lo practicó en 1993 cuando Felipe González ganó las elecciones contra pronóstico, pues recordemos que en la misma noche electoral Arenas y Gallardón manifestaban la posibilidad de un fraude electoral; y también en 2004, cuando pretendían hacernos creer que habían sido los socialistas los que habían lanzado una propaganda en contra de la actuación del gobierno, si bien estaba claro que fueron sus propias mentiras sobre los atentados del 11-M las que generaron la desconfianza de los votantes hacia ellos.

Ahora utilizan el argumento de que el presidente del Gobierno no se ha sometido a las urnas. Y ellos, que tanto recurren a la Constitución, y se les llena la boca cuando citan su contenido, deberían comenzar por explicarle a los ciudadanos que si leen el Título IV de nuestro texto constitucional comprobarán que en ninguno de sus artículos se recoge que el candidato a la presidencia del Gobierno deba ser diputado, que el único requisito indispensable es que tenga la confianza de la Cámara, bien con mayoría absoluta o simple, en caso de que los trámites sean los regulados por el art. 99, o bien con mayoría absoluta cuando se escoge la vía de la moción de censura establecida en el art. 113. Así funcionan las democracias parlamentarias y tanta legitimidad tiene Pedro Sánchez como la tuvo Mariano Rajoy. Lo que ocurre es que, una vez más, la derecha trata de ocultar sus mentiras, a veces con arrogancia, como la de Cospedal en sede parlamentaria la pasada semana, con pretendida ironía como hace Rajoy, o con exabruptos, como los de Hernando el pasado viernes. Lo que sí se ve venir, y la experiencia lo demuestra, es que el nuevo presidente no tendrá éxito en su apelación a que el PP se comporte con la misma lealtad que el PSOE ha tenido con ellos en cuestiones de estado.

* Historiador