El malestar crecía en Barcelona y sus conurbaciones, como la mala hierba, por la continua violencia que desde hace más de un quinquenio ha generado el secesionismo. Tras la independencia hubiera surgido usurpación del patrimonio del Estado, tal como las sociedades que operan la gestión del puerto y el aeropuerto, y confiscaciones blandas de tierras y negocios por la voracidad insaciable de una fiscalidad que estaría orientada a ahuyentar los peligros interiores y exteriores, acrecentados por la ambición de los que gobernasen la República de Cataluña. Ambición, bajo la bandera estelada, que habría conseguido poner de acuerdo a anticapitalistas y capitalistas, izquierdas republicanas y burgueses independistas.

Los hay, como Ada, que en esta larvada guerra civil se mueven como pez en el agua en río revuelto de manifestaciones y contramanifestaciones. Hay a quienes le interesaba la subversión preparatoria del falso referéndum y la de la huelga general del 8 de octubre para sacar tajada de la anarquía. Son esos, quienes desde la supremacía que tenían en el gobierno de la Generalidad, jugaban con ventaja al tiempo que intentaban forzar un ultimátum al gobierno de España.

Antes de todo este caos hubo uno, entonces honorable, que se volcó en la búsqueda de oficios y beneficios para sí mismo, sus hijos y sus afines más cercanos en un inexorable afán por acrecentar y hacer brillar la estrella de su apellido. En su soberbia y luego en su despecho se escondió ese jefe del clan para desafíar al Estado y al presidente del Gobierno. Luego, llegó al gobierno regional con ansias de sí mismo y con prisas por manejar todos los resortes de la Generalidad un tal Mas a quien no le dejaban vivir aquellas ansias hasta que se le obligó a dimitir. Siempre quiso más sin que nadie limitase su voluntad hasta que se topó con la CUP.

Ahora ha cambiado la situación. Todos los cenáculos hablan del artículo 155, de la huida de Puigdemont a Bruselas. Surgen sabrosas letrillas para los modernos juglares y voceros y trovadores en el canal del pajarito y romanceros que hablan por los caminos del YouTube y del whasapp, trayendo y llevando dramas, acontecimientos y sucesos. Algunos critican la tiranía enconada, primero de Rajoy, y luego de la jueza Lamela. Otros descubren donadíos, recibidos en Omnium y Asamblea Nacional, tal como en tiempos de Castilla se recibían rentas y villas. Algunos esperaban, tras lograr la independencia, recibir el caudal de la concesión de la administración de puertos y aeropuertos. Solamente los del contubernio sabían que el poderoso caballero Puigdemont huiría, sin responder ante la juez de la acusación de rebelión y sedición. Se fue a Bruselas sin parafernalia ni derroche de dádivas pero con oro y piedras preciosas para hacer frente a gastos suyos y de su séquito. Se ha ido para ojear posibles ayudas que preparen sus defensa contra emboscadas y salteadores.

El fiscal le acusa de quebrantar la unidad de España, de usurpar la hacienda de la Generalidad, de haberse rebelado contra la oposición parlamentaria y de apropiarse de rentas y derechos que son patrimonio del Estado español. Toda esta acusación se documentó tras ímproba labor de investigación. Se le acusa de intriga y conspiración, de vivir permanentemente en el engaño, de logomaquia, de muchas idas y venidas, de gestiones y negociaciones para salir indemne de su traición al Estado.

Ahora está con su peluquín a modo de bonete en Bruselas y se ha hecho bordar un lazo de oro a modo de heráldica para no pasar desapercibido ante los belgas. Para poder vivir en tan costosa ciudad debe haberse llevado todos los diezmos cobrados desde la Generalidad. Desde el Manenken Pis muestra el asombro de sus ojos, su máscara teatral enmarcada por su melena y sus inesperadas gafas. No ha podido llevar su aljuba con guarniciones de hilo de plata para disimular y la ha sustituido por pantalones vaqueros raídos. Anda, en verdad, mustio y pesaroso, escondido y a disgusto, sin bravura y con algo de astucia. Ya no vive en suntuosa sala sino en indescifrables pasillos y por secretos corredores para poder cabildear. Pasea sin séquito y camina sin espaldas guardadas, lleno de temores que aterrorizan su soledad.

Se asemeja Puigdemont al onocentauro, mitad hombre mitad asno, símbolo de quien actúa con falsedad, hablando de paz y aborreciendola a la par. Habla de verdad y se entrega al horror y falsedad de la mentira.

Todos estamos a la espera de si le dejan en Bruselas, o no, en libertad. Hoy vive una libertad restringida y condicionada.

* Catedrático emérito de la Universidad de Córdoba