Déjenme que les cuente una bonita historia. Como la trama de una buena novela tendrá historias de amor, capacidad de superación, momentos de insuperable felicidad y de insufrible tristeza. Pero, en este caso, no tengo apenas labor de investigación como en mis novelas; porque son vivencias propias o conocidas de primera mano. ¿Preparados? Como si estuvieramos en el teatro, pónganse cómodos en su butaca y disfruten de la función.

Se abre el telón y vemos a una jovencísima chica de 17 años que se afana en servir helados tras la barra de un emblemático establecimiento en plena plaza de las Tendillas. Decía mi padre que se quedó prendado de esa niña de ojos pequeños y sonrisa escondida. Me hace gracia imaginar el cortejo de miradas y encuentros fortuitos; de las veces que ese quiosquero iría a la heladería, con cualquier excusa, para ver a la aprendiz. Quizá esta historia de amor no tuviera mucha importancia, sino fuera porque la cabezonería de mi padre dió resultado y esa chiquilla se casó con él unos años despues, y hoy se la conoce como Mari, la quiosquera de las Tendillas.

Con esto quiero deciros que mi vida ha estado intimamente ligada a esta esquina, a esta mítica heladería de la plaza que pronto cerrará sus puertas. Soy el niño que ha crecido viendo a Lolita vendiendo entradas para los toros en el ventanal que era La Teatral, en este mismo local. Soy el chaval que ha correteado con un barquillo de chocolate que me regalaba Juanito, un abrazo que me daba Ruth o una broma de Manolo el rubio. Luego fui el joven hijo de aquella quiosquera que pedía a Estrella los batidos de chocolate con nata. Y, por fin, soy el hombre que he reído mil veces con Gertrudis, Juan, Gabi, los hermanos Muñoz... He vivido el paso de tantas personas por este negocio, que considero que se llevan un pedacito de mi alma: amigos, más que heladeros.

En 1935 nació en Memphis Elvis Presley y nadie sospecharía que se iba a convertir en un hito en la historia de la música. Ese mismo año abrió sus puertas La Flor de Levante y dudo mucho que por la cabezas de don Antonio y doña Dolores, hace 81 años, pasara que se iban a convertir en un emblema en esta ciudad que los acogió. Mi memoría alcanza a recordar a sus herederos, su hija Lola y su yerno Eliseo, al que vislumbro con un porte que me impresionaba. Y sus hijos, los hermanos Espí --Pepe y Antonio--, un apellido que tiene sabor a mantecado y aroma a vainilla; un trocito de Jijona a los pies del Gran Capitán. Disfrutar con las batallitas que Pepe me cuenta de mi fallecido padre, ahora que disfruta de su merecida jubilación, es un lujo que guardo como un tesoro. Seguiré guardándote los fasciculos, aunque te enfades por lo que suelen tardar.

Es hora de acabar una función que nunca debe acabar y que, tengo por seguro, que no lo hará. Tengo la suerte de conocer a los últimos responsables de esta estirpe y permitidme que me dirija a ellos para acabar... Vicente, Aitana, Mario y Eliseo, sois el cúlmen de una historia que ha protagonizado parte de mi vida. Sois la fortaleza de vuestros bisabuelos, el tesón de vuestros abuelos y la constante lucha de vuestros padres. Vuestra familia es la Flor de Levante, vosotros sois y sereis los dueños del alma de esa esquina, que podrá tener las estrellas que tenga pero nunca tendrán la misma luz que vuestro apellido atesora. Simplemente gracias por dejarme formar parte de esta historia... Se cierra el telón.

* Escritor