Los dioses bostezan y nos dejan por la sordera de los hombres. Nuestros gritos no pasan de los aleros en las contadas veces que los miedos nos pueden, ya que no la empatía. Vemos el sufrimiento en la tele chica, con el café con leche entre las manos y la joven dichosa con noticias de tiempos. Quizá con un suspiro. ¡Pobre gente!, cuando se matan entre hermanos, les cogemos los dedos con el hierro, les damos el portazo o rompemos su carne con las concertinas. Al desayuno y a lo nuestro, tras un pasaje feliz, si acaso preocupado, por el cuarto de baño. ¡Cómo está el mundo, Dios! Pero nos pilla lejos y, si sonara nuestra puerta, que nos está tocando, a veces, el corazón, por ojos y oídos... ¡Menuda la tenemos con estos políticos de pacotilla, con acabar el mes y esos hijos que, aunque no respondan, tienen que preparar sus vidas.

Bombas, allí y allá. Que no nos toque la locura, pues les pusimos un buen precio a las armas y no volvemos a venderles. ¡Pobres locos: se matan entre ellos! Pero el negocio es el negocio y un día más, aunque solo sea un día, es importante, tras los cristales opacos e insonorizados de nuestras casas.

Los hombres, los sabios, que han logrado cosas importantes, que abren sus propias bocas con la sorpresa de haber llegado lejos y, más aún, por la fatiga que produce el silencio. Porque los que pueden no paran, no se detienen a contemplar este proceso que repta, en ningún momento silencioso y, en cada instante, silenciado. ¡Esto no es! ¡No puede ser! Hemos perdido la sonrisa y un miedo sin asumir nos quema bajo los párpados. Si sabemos del sufrimiento, lo vemos y oímos, ¿a qué esperamos? Una pausa: la gran quietud para que llegue la voz del sabio y permita una vereda de paso a las conciencias. O regresamos en lo otro, cuando caemos en que las vidas han pasado, se nos fueron por más que las amamos, por muy lejos que nos vayan quedando cuando el silencio de nuestra verdad se acerca. El enojo de los dioses por repetir lo mismo, como los sabios: no puede existir sin contagiar el sufrimiento. El cuidado amoroso o el empeño con la verdad, sin duda, puede deteriorarse, se está deteriorando por la inutilidad, por convertirse en polvo pernicioso, después de amontonado en el vacío.

En el mismo mar. Casi, en la misma piscina porque somos muchos: con el contagio de la violencia, las miasmas y gérmenes. No hay derecho y debe tocarnos. Los enseres, las mantas, quedan entre las aguas por la naturaleza enloquecida... ¡Tiempo maravilloso el que tenemos este año, aunque nos cueste más dinero repostar en la huída de nuestro paraíso! Aunque se nos quede la vida ante el radar y los plazos nos asfixien. Hay que hacerlo: es lo que se lleva y ya veremos.

¡Cosas de viejos! Vivir la vida es lo importante. Vivirla es tenerla y la vejez es lo mejor que nos puede pasar. Transitar por todas las edades sin esa presión en las entrañas por la imagen del sufrimiento en otros. Necesitamos las palabras del sabio antes de que el sabio enloquezca y se vaya. El consuelo de los dioses, que cobran y viven de lo nuestro, con su mano ejemplar, más clara, por la verdad posible de su fe. Porque, sin silencio para corregir, no habrá limpieza, sosiego y asiento, para que nos llegue la voz del sabio o la esperanza por los posibles dioses. Silencio para buscar, generosa y sinceramente, el origen de cuanto nos produce dolor y nauseas.

* Profesor