En la adolescencia y primera juventud de los que estamos en la grada superior de la tercera edad los ocios festivos colectivos eran muy pocos: el fútbol de tercera división, las romerías y la Semana Santa, las ferias y sobre todo en ellas, los toros... Pensemos en una época sin televisión, sin informática y sin móviles.

Los adultos estaban divididos entre partidarios del fútbol y partidarios de los toros. En algunos casos se abrazaban las dos aficiones, pero no en la medida del abrazo actual de mucha gente.

Por igual los niños jugaban a la pelota y a los toros; normalmente en lugares distintos y distantes.

En mi caso, aunque jugaba al fútbol, mi afición taurina empezó bien pronto, como lo demuestra el hecho de que el primer artículo que envié a la prensa para su publicación fue una crónica taurina, homenaje a Carlos Arruza por su buen comportamiento a la muerte de Manolete; contaba yo dieciséis años de edad. Por cierto que si en aquella época nos hubieran entregado al bestia que rompió la nariz al magnífico Manolete yacente de Amadeo Ruiz Olmos en el Cementerio de La Salud, lo habríamos linchado.

Ya tengo escrito, y lo repito ahora sin pudor y sin provocación, que en mi juventud toreé varias veces, aunque no llegué a vestirme de luces, por la agresión psicológica de un salesiano, que me apartó del cartel al recriminarme, con total falta de tacto y de caridad, que yo quisiera torear a los seis meses de la prematura muerte de mi padre. Estábamos en la preparación de la celebración taurina de María Auxiliadora en el colegio mayor de Sevilla. Por cierto que uno de los intervinientes en aquel festejo fue Manuel Torres Cansino, luego afamado cirujano de Sevilla, que en aquellos tiempos universitarios llegó a torear novilladas picadas. Naturalmente era el experto en la placita portátil instalada en el campo de fútbol. Sufrí mucho viendo el terror blanco con el que temblaba el "matador" patrocinado por mí, que yo habría amparado con el capote de no ser por el salesiano metepatas.

Pero mi momento de gloria torera fue en la placita de la ganadería de Pedrajas en Vadollano, que acogió a un grupo de estudiantes compañeros de su cuñado, entre los que yo por suerte fui el único que se salvó de la quema. Consistió el momento glorioso en unas verónicas y unos estatuarios, jaleados por el ganadero, que endilgué a la vaquilla Bernardina , que en días anteriores habían toreado Calerito y Lagartijo, por lo que se ve sin maliciarla, sino enseñándola a embestir. Las vaquillas se divirtieron de lo lindo: fueron derribando uno a uno a mis compañeros, según iban saltando al ruedo, hasta tenerlos en el suelo; entonces se meaban encima.

Como espectador de corridas de toros siempre tuve dedicación y buenas oportunidades. En la plaza de los Tejares, tenía el pase de mi padre, abogado de la plaza, pues él se costeaba su abono con mi madre. Cuando universitario en Sevilla, con poca cartera, me iba a la Maestranza los días de corrida y cuando en los aledaños de la plaza conocía por la música y los clarines que había sido matado el primer toro compraba la entrada a los revendedores por debajo de su precio. Cuando universitario en Madrid el problema era pequeño, porque en las Ventas se pueden conseguir entradas baratas. Por cierto que en Madrid vivía en el mismo edificio que Antonio Ordoñez, Maiquez, 36. En temporada de toros y exámenes, estudiante noctámbulo que era, oía en la madrugada la ruidosa descarga del coche de la cuadrilla, que regresaba de una plaza lejana. Cuando profesional en Córdoba, he tenido durante más de treinta años el abono en la plaza de Los Califas, de la barrera 17 del tendido 2.

Ahora como ex abonado tengo cada día Canal plus toros y corridas de ayer y de siempre. Por cierto que en la temporada de Méjico la única corrida que no he podido ver ha sido la de José Tomás; ha tenido fuerza para llenar la monumental (más de 45.000 espectadores) y de vetar a la televisión, que venía dando todas las corridas. Es claro: la fuerza de un mito.

¿Y qué más? Pues que si me encuentro en la calle a un individuo semidesnudo, rebozado en salsa de tomate y tendido con una banderilla aparentemente pinchada en la espalda procuraré no mancharme de tomate y esbozaré una sonrisa dedicada al holandés errante, financiador de la teatral protesta.

*Escritor y abogado