Cuando de adolescente leí la obra de James A. Michener Hijos de Torremolinos no solo aluciné con las historias de los personajes en aquel mundo hippie que había tomado las costas españolas, mucho más de lo que los españoles de entonces pudiéramos imaginar y de lo que las autoridades querían reconocer. Pero de entre las cosas que más me sorprendieron de aquella novela fue descubrir que, incluso en los momentos más rígidos de la dictadura, el visitante extranjero parecía tener cierta patente de corso en una España en donde se ha mimado el turismo hasta el extremo. Así, se han cambiado planes urbanísticos y edificado en la costa lo que se ha querido demandar desde toda Europa, hemos asumido todos que la promoción de este sector deben costearla las administraciones y cuando surge algún problema con el turista o el cliente de hostelería, da la sensación de que nunca tiene responsabilidad en ello el visitante sino que se debe resolver entre el Ayuntamiento, la Comunidad Autónoma, el Gobierno central, los empresarios, los trabajadores, firmas de internet, la legislación, los partidos o la política. Y comienza la gresca entre nosotros.

Pero digo yo: además de tirarnos los trastos a la cabeza por el turismo (por cierto, tampoco en esto puede hacer cada uno lo que quiera), ¿por qué cuesta tanto implicar al visitante en la solución? ¿Por qué parece inadecuado solo plantear que se multe también, aunque sea con una sanción simbólica, al usuario que alquila apartamentos turísticos ilegales que son competencia desleal para los regulados y el resto del sector turístico? ¿O al que bloquea borracho una calle, va de tiendas desnudo o mantiene cualquier otra actitud incívica? Y si me apuran, incluso en medio de toda la polémica creada en Córdoba, ¿por qué no apercibir a los sacan la silla de los límites establecidos para una terraza, obstaculizando la vía pública, poniendo en un brete al establecimiento y retando al Ayuntamiento? Con la excusa, que es mentira, de que en España hacemos lo que queremos, ¿por qué el turista no parece ser responsable de sus actos cuando pisa territorio español? ¡Madre mía si alguno se comportara en su país de origen con la décima parte de incivismo que aquí!

No se trata de, como se vanagloriaba un veteranísimo guardia civil (de los de antes) y gran amigo mío, haber sido de los últimos agentes de la Benemérita que «no perdonaba una» y que multaba a la gente en su destino, en Mallorca, por besarse en público, allá por los años 70. No digo eso, por Dios. Pero no me negarán que puede haber un punto medio entre instaurar una Policía de Buenas Costumbres y hacer la vista gorda con manadas de cafres que pasan de la gamberrada a auténticos delitos y que no aportan nada al turismo, que son pan para hoy y hambre para mañana si lo que queremos es un turismo de calidad. Seguro que muchos cuando salieran de España cocidos a multas (no solo a sangría y sol), además de servir de ejemplo y atajarse muchos problemas, tarde o temprano acabarían regresando... pero de otra forma muy distinta.