Pablo García Baena y la poesía, escritura y paraíso. Pablo y Córdoba como un paisaje con figura. Pablo juguetea con la poesía y sus amigos poetas hasta el último instante, por eso fallece el mismo día (14 de enero) que se acabaron de imprimirse Los Cuadernos de Sandua, por eso acabó fallando --con el resto de miembros-- el 25 Premio de Poesía Ricardo Molina, premio al que estuvo unido desde su inicio, por eso vivió el programa de todo el Centenario de su amigo Ricardo. Fue precisamente en el acto que coronaba los actos conmemorativos que se prepararon desde la Delegación Municipal de Cultura su último acto público: nada más y nada menos que asistía entusiasta y emocionado a la representación en el Teatro Góngora de El hijo pródigo, una de las dos obras teatrales que escribiera Ricardo Molina.

Pablo en el Palacio del Cine, en los Dolores o con el Cristo de Ánimas, pero también en El Gallo, o en Los Campos (como le gustaba decir a Bodegas Campos), cruzando la plaza Cardenal Toledo, en la cafetería La Gloria; fue precisamente en esta céntrica cafetería donde fraguamos un Congreso Internacional sobre su obra que se celebraría en noviembre de 2009 en el IES Góngora. Una figura en un paisaje, una figura inconfundible por su talento poético y por su extremada sencillez y bondad. Pareciera cuando lo veíamos que iba a ser tan inmortal como su ciudad.

Cuando hablaba en una mesa redonda, en un coloquio o en la mesa del jurado del Premio Ricardo Molina todos escuchábamos su tenue voz, su orfebrería gramatical, su generosa valoración de terceros cuando la crítica les atornillaban. Sin duda, Pablo es la clave de bóveda de la poesía cordobesa del siglo XX y una de las voces más lúcidas y singulares de la poesía andaluza y española de la segunda mitad de tal siglo. Así lo reconoce la crítica. Los poetas maduros y jóvenes y sus muchos lectores. Así que parafraseando a Antonio al dirigirse a los romanos en el drama shakesperiano Julio César: «¡Si tenéis lágrimas, disponeos ahora a verterlas!».

Seguiremos hablando de Pablo mucho tiempo, de su poesía sobre todo. Su legado es corto en cantidad (siempre decía que no era prolijo en la escritura) pero infinito en calidad, en cualquiera de sus obras podemos leer versos bellisimos y obtener sorprendentes hallazgos de palabras. Como estos versos finales de un poema de su primer libro (Rumor oculto): «...y que a mis versos caigan/ heridas las estrellas».

Habíamos quedado en visitarle en su casa Rafi Valenzuela y yo mismo para hablar de proyectos relativos a su obra y a la de Ricardo (y de paso veis el Belén, nos decía). No nos dio tiempo, pero intentaremos con empeño que su obra y figura siga paseando entre nosotros y entre las calles de Córdoba.

* Director general de Cultura del Ayuntamiento de Córdoba