La suplantación de personalidad en las redes sociales es una práctica demasiado común para que no resulte preocupante. Los usuarios adolescentes son los que más propenden a seguir este tipo de conductas, pero también son los adolescentes las primeras víctimas de los desaprensivos, aunque no las únicas. Lo cierto es que la suplantación plantea pocas dificultades y aún menos riesgos, aunque el Código Penal hace referencia a la "usurpación de estado civil". No se trata, pues, de una chiquillada que merezca ser tratada de forma condescendiente: la suplantación de personalidad en la red es un delito y la mejor manera de combatirlo es que las víctimas interpongan denuncias. Al mismo tiempo, la lucha contra los suplantadores solo es posible si los gestores de las redes sociales se comprometen a realizar una labor de filtraje, comprobación de perfiles y desactivación diligente de los falsos. Las herramientas técnicas para lograrlo existen. Las dimensiones del tránsito informático que hay que controlar plantean dificultades ciertas, pero sin este esfuerzo por parte de los gestores, que en nada debe perjudicar la libertad de los usuarios, es imposible poner freno a esta situación. De hecho, se trata de extender al mayor número posible de personas los controles de identidad que, de momento, las compañías solo aplican a las personas con proyección pública. Fácil no es, pero imposible, tampoco.