La decadencia de una sociedad bien puede hoy reflejarse en los índices de audiencia de los programas basura de la televisión simbolizados en ese programa llamado Supervivientes donde los famosillos van para hacer el primo y encima les pagan. Ese espacio televisivo es la viva prueba de cuanto se puede deteriorar una sociedad por la acomodación del denominado «estado del bienestar», modelo social que está ya tan aburrido de tener a mano todo que juega a imaginar que no tiene nada. En este programa tan exageradamente frívolo, una piara de sabuesos de la fama rápida, enajenados por el ansia de dinero y nombre, no tienen pudor en enseñar el culo así como sus ganas de comer y otras cosas íntimas si con ello consiguen mucho tiempo vivir del cuento después de hacer mucho ridículo. Pero aun criticándolos como acabo de hacer, siento decir que los menos vulgares de este rollo son los participantes siendo lo más detestable las audiencias que los siguen, o lo que es lo mismo, nosotros mismos. Nos debería dar vergüenza cada vez que seguimos fieles los pormenores de esta falsa aventura mientras en nuestras playas auténticos héroes que tenían tan poco que lo abandonan todo, a bordo de una patera se lanzan a un peligrosísimo mar de olas que los quieren matar una y otra vez y consiguen vencerlas una vez tras otra -o no-y llegar a la costa de ese estado de bienestar hasta el punto de que a nuestras orillas llegan heroínas dignas de leyenda pero también cadáveres de niños como si fueran muñecos perdidos de un barco hundido. Pero a esos supervivientes que vienen para apropiarse solo de nuestras sobras, siendo los verdaderos protagonistas de unos sucesos que superan la mejor película de acción, no solo no los seguimos, sino que cuando emiten la noticia en los telediarios de la sobremesa estamos deseando que pasen palabra porque nos es incómodo comprobar cuál es la realidad real que hay detrás del horizonte y porque nos atormenta comprobar a qué nivel de deshumanización hemos llegado que parecemos hechos no de sentimientos sino solo de sal como ya ocurrió en Sodoma y Gomorra. Las autoridades judiciales deberían actuar de oficio y al menos prohibir ese programa basura que tiene la poca vergüenza de compararse con estos aventureros de la vida que dejan el tercer mundo a riesgo de la vida de sus propios hijos solo por soñar, no con la fama y el dinero, sino con un trabajo de temporero, fontanero o camarero.

* Abogado