Lo de Córdoba, muchas veces, no tiene nombre. Viene a mi memoria esa sentencia que dice: "Dios le da pan a quien no tiene dientes", porque en cuestión de ciudades, también Dios parece haberle dado riquezas patrimoniales y arqueológicas a quien menos las aprovecha.

Digo esto por la reciente polémica sobre las cacerías en Ategua, ese riquísimo patrimonio arqueológico que no solo no se investiga, protege y pone en valor, sino que encima sirve para un choteo de cacería de conejos y para citar desde lejos, como en el toreo, al expoliador de restos.

Veamos: ¿Cuánto daría cualquier ciudad del mundo por tener en su término municipal una ciudad histórica ocupada desde el Calcolítico hasta la Edad Media, quizá el lugar más privilegiado de investigación arqueológica e histórica de la Bética? Pues nada. Ahí está, criando jaramagos. Algo así podría decirse de toda una ciudad califal creada y destruida a las pocas décadas, por lo que ha quedado congelada en el tiempo en el subsuelo, lista para excavar y descubrir, única en todo Occidente e incluso en Oriente y de la que solo se ha estudiado el 5%. Sí. Hablo de Medina Azahara. ¿Y qué me cuentan de todo un palacio de un emperador romano aún por investigar y explotar cultural, patrimonial y turísticamente? ¿Qué darían en cualquier ciudad del mundo por tan solo la décima parte de una de estas tres riquezas olvidadas?

Pero claro, como se trata de proyectos que no producen beneficios a corto plazo (entiéndase por "corto plazo" la duración de una legislatura y lo que dura en el cargo el responsable de turno) no se acometen. Y eso que en apenas una década sí que suelen tener las inversiones un sobrado retorno cultural, económico y social. Dos ejemplos cercanos: la reforma del entorno del Puente Romano y el Museo de Medina Azahara. Por eso, en épocas de elecciones, y más en ésta que parece ser la madre de todos los tiempos electorales, creo que se debe recordar que hay que mirar más allá de a cuatro años vista, aunque solo sea una pizquita más.