Con tristeza y frustración estamos acudiendo a que las noticias referentes a la sexualidad van unidas a la violencia, en todas sus variantes y expresiones, como si se tratase de un virus ante el que no se ha encontrado aún el antivirus, a pesar de las medidas jurídicas y de rechazo social existentes.

Yo quisiera referirme a un componente que se suele dar en quien comete estos actos salvajes, y no es otro que la pasión. Este concepto deriva del latín passio-nis, que significa padecer o ánimo violento que perturba la razón, y que en lenguaje coloquial podríamos llamar acaloramiento, arrebato, vivir algo con vehemencia poniendo en segundo plano todo lo que es inteligencia, conocimiento y juicio.

Enrique Rojas, en su libro El laberinto de la afectividad, dice que hoy diríamos que la pasión «es una modificación intensa y permanente de nuestra afectividad». Esta modificación intensa significa una perturbación, por lo que la vivencia es turbadora, de desasosiego, produciendo una conducta, violenta, fogosa, ciega, incapaz de pensar o de poner orden en su respuesta. Señala también Enrique Rojas algunas de las más importantes pasiones como son la cólera y el odio. La cólera es probablemente la peor de las pasiones, es «en la cólera donde se observa más claramente lo que es estar alterado, sometido al imperio del descontrol» de pasiones que anuncian lo peor. Sus efectos son terribles, porque la cólera es capaz de anular vínculos afectivos, respetos y razonamiento. El filósofo cordobés Séneca decía de la pasión colérica que «es un afán de vengar una injuria, afán de castigar por sentirse injustamente agraviado, sentimiento de odio que significa centrar una gran aversión hacia una persona, deseándole algo malo». Por contra, yo señalaría sus contrarios respectivos, serenidad contra la cólera, como estado de tranquilidad exterior e interior, que demuestra gobierno de sí mismo, desprendiendo paz, sosiego y orden. Y contra el odio amor, como sentimiento de entrega y donación de una a otra persona; por el amor uno se ofrece como regalo, se da gratuitamente buscando el bien del otro. Es también una pasión, pero positiva, que engrandece y lleva al hombre primero a ser dueño de sí mismo y, más tarde, conduce a la felicidad.

El amor introduce a la persona en un camino de desarrollo permanente, de ser más persona, que no objetualiza, esclaviza o cosifica a la otra persona, como hacen los coléricos pasionales, es entrar en el frenesí amoroso donde dos personas se aman, gozan, comparten libremente y desprenden amor en sus conductas, que por suerte son mayoría en nuestra sociedad. Por tanto, podemos deducir que la educación en el amor es un buen antídoto frente a las pasiones violentas y que ayudaría a evitar que la violencia se convierta en una «pandemia».

* Diplomado en Educación Sexual