En su autobiografía Errata. Examen de una vida, el filósofo y crítico literario George Steiner cuenta que nació en París de padres judíos vieneses, donde recalaron como exiliados huyendo de la ascensión del nazismo en Austria. De manera irónica sostiene en estas páginas que todo lo que ha sido se lo debe a Hitler: sus escuelas, sus lecturas, los países que ha vivido, sus viajes.

Siempre denunció con suma lucidez los orígenes austríacos del nacionalsocialismo, donde germinó la lunática idea del exterminio de los judíos, perversa doctrina que surge de las extrañas del movimiento fascista austríaco. A lo que opone a lo largo de su extensa obra, los ideales laicos e ilustrados de la filosofía alemana de Kant a Hegel y Goethe, de la cultura centroeuropea musical de Mozart a Beethoven y Wagner.

En su célebre ensayo Nostalgia de lo absoluto sostiene como liberal la necesidad de alejarse de cualquier respuesta totalitaria que pretenda engatusarnos con soluciones simplistas a los problemas complejos de las sociedades democráticas avanzadas. Alerta sobre el creciente poder del dinero, que en su triunfo arrastra a la política democrática que terminaría por abdicar. De ahí el triunfo de los localismos, provincianismos y nacionalismos pseudopatrióticos cuyo modelo representa el trumpismo más interesado en los negocios propios que en mejorar la convivencia en las sociedades pluralistas de nuestro tiempo.

Steiner se muestra interesado en sus escritos por los grandes temas que preocupan a nuestra civilización occidental como la enseñanza de las humanidades en los centros escolares, el papel de los padres y los profesores en la sociedad de la información, Europa como milagro después del Holocausto, la formación del Estado de Israel, la eutanasia (de la que es ferviente partidario), el islam, las utopías, etc.

Reniega por igual como intelectual comprometido de los grandes meta-relatos del siglo XX, como han sido la versión historicista del materialismo histórico de Marx, del psicoanálisis de Freud al que considera un excelente fabulador y de la antropología estructuralista francesa como nuevas teologías, sustitutivas de las religiones tradicionales institucionalizadas. Su apuesta es por una nueva Ilustración en el siglo XXI, que ensanche la Razón con las aportaciones posteriores del romanticismo a modo de una razón poética o pasional y crítica.

Respecto a la cultura y la ciencia actuales, distingue Steiner entre alta y baja cultura, a las que no hay que confundir, pero valora que las muchedumbres colapsan las exposiciones, que los museos y los conciertos estén llenos a rebosar, donde un Skakespeare de hoy escribiría series de televisión y donde Mohamed Alí como fenómeno estético deportivo sea considerado como un héroe o semidios.

En sintonía con Popper, declara que la ciencia es imparable, que surgirán nuevos Newton y nuevos Darwin, y que la cultura clásica de carácter humanista no se está perdiendo del todo, por lo que urge tender puentes entre las dos culturas, la de los hechos y la de los valores universales. Porque si las dictaduras, de un signo y de otro, se han caracterizado a lo largo del siglo XX por prohibir los libros o censurarlos, las democracias republicanistas de hoy deberían significarse por su apoyo decidido a los libros y el fomento de la lectura. De aquellas obras que han dejado huella, aquellas que se clavan como un puñal en el alma y nos sacuden como si se tratase de un tsunami interior que son las que llamamos clásicos.

* Profesor