Una oleada de sonrisas infantiles se sumergió en la Mezquita--Catedral, con motivo de la misa de apertura del curso escolar de los diferentes colegios de la Fundación diocesana Santos Mártires, celebrada el pasado miércoles por el obispo, Demetrio Fernández. Fue el pórtico de esperanza, en torno al altar, para encarar con ilusión y entusiasmo, los retos de una Escuela católica, consciente de su ámbito: la cultura. Una escuela que presente propuestas de sentido en todos los procesos educativos, que sea compañera de viaje con otras escuelas, comprometida en sus avatares; que articule su eclesialidad en la cultura, ayudando con generosidad y encanto al diálogo fe-cultura, para lograr la meta de una espléndida inculturación. Una escuela que, desde su identidad, sea capaz de crear experiencias de comunidad cristiana, que viva su identidad como fuente siempre nueva de donde sacar los recursos para recrear un proyecto educativo fecundo. Una escuela capaz de rastrear nuevos caminos que apuesten por un futuro mejor, que recupere su función de agente educativo y cultural en una sociedad abierta y democrática, que recupere la centralidad antropológica, situando a la persona en el foco de su actividad. En sus palabras, el obispo se acercó a los niños para presentarles, en su tono y lenguaje, la acción del Espíritu Santo sobre sus vidas, consciente del valor que tiene hoy una educación ofrecida desde la orilla de la fe. Gabriel Celaya compara la educación con el motor que se pone a una barca: "Educar es lo mismo / que poner motor a una barca, / hay que medir, pesar, equilibrar, / y poner todo en marcha. / Por eso, uno tiene que llevar en el alma / un poco de marino, / un poco de pirata,/ un poco de poeta / y un kilo y medio de paciencia concentrada". La oleada de sonrisas infantiles iluminó con la virtud de la esperanza el bosque de columnas de la catedral, empapándolas con su ardiente fe.

* Sacerdote y periodista