Horror, ahora resulta que la adolescencia dura hasta los 24 años. No lo digo yo, lo dicen los expertos de no sé qué universidad americana. Cada vez tardamos más en asumir los roles propios de la madurez. Nos casamos casi una década más tarde que nuestros padres. Tenemos hijos a una edad en que ya podríamos ser abuelos.

Tardamos más en formarnos, en encontrar trabajo. Todo se prolonga, se eterniza. Además, detestamos cada vez más la idea de crecer. Hoy no quieren ser adultos ni los niños. Estamos construyendo una sociedad de peter panes.

Solamente hace falta echar un vistazo al mundo. La publicidad, los anuncios de cremas, los de coches, los de lubricantes vaginales..., todo nos habla de una eterna juventud. Los géneros literarios adolescentes gustan a los de 35. Tengo amigos de 50 que se comportan como si tuvieran 18. Los de 60 presumen de estar en su segunda cuarentena. En la piscina me encuentro todas las semanas con una señora de 85 que quiere trotar como si tuviera 25.

Tengo una amiga que ya lleva casi una década sin cumplir años. Nadie quiere reconocer su madurez. Actualmente hay jóvenes de 40, de 50, de 60..., pero los maduros no aparecemos por ninguna parte. Lo maduro no gusta, no vende, no tiene glamur. Nadie quiere ser maduro.

Debo de ser la única en el universo que considera que la madurez es, además de una edad, una conquista. Lo mejor de la vida: ni verde ni podrida, en su justo punto. Con algo de experiencia y mucha energía. La edad en que se empieza a comprender, más o menos, de qué va todo esto. La edad de asumir las responsabilidades, no de rehuirlas.

Yo no me cambiaría por aquella que fui a los 20 años ni siquiera por una noche. Nunca me he quitado años ni tampoco he escondido mi edad, ni pienso hacerlo. Sé bien que las batallas planteadas contra el tiempo son todas ellas batallas perdidas.

Espero llegar a ser algún día una abuelita de 80 años orgullosa de serlo.

* Escritora