He tratado en los últimos años de recuperarme filosófica y casi existencialmente, diría yo, de un pesimismo teórico y práctico que he procurado fundamentar con solidez tanto en mi magisterio oral como en el escrito. Os aseguro que no ha sido excesivamente difícil. Este diario ha sido, entre otros cauces, testigo de esto (incluido algún conato de autorrecuperación); y sobre todo varias generaciones de alumnos que me han acompañado y me acompañan durante estos años, a quienes, entono un tranquilo mea culpa, he podido contagiar con ese tono apesadumbrado, algo melancólico y hastiado de mi propio discurso filosófico. Igual que Nietzsche trató de recuperar una línea borrada (eliminada) del pensamiento occidental originario, y salvadas las distancias, he procurado yo mismo volver a traer a la palestra del pensamiento actual el homo homini lupus, que familiarizó Thomas Hobbes extraído de textos de la Antigüedad Clásica (Plutarco, Plauto, Plinio el Viejo o el mismo Séneca) y que, con el paso del tiempo, seguimos tratando de velar bajo una capa a veces de exacerbado optimismo existencial que no provoca otra cosa que choques frontales con lo Real de los que cada vez resulta más complejo recuperarse. Deja de leer y echa un vistazo a lo que te rodea. Me refiero, naturalmente, a lo social y público. No entraré en lo privado e íntimo. Eso, júzgalo tú mismo y para ti mismo. Cuando lo hayas hecho, vuelve si te apetece a la lectura y díme si no estás de acuerdo conmigo en algunas cuestiones básicas.

Si has mirado bastante más allá de tus propias narices (que ya resulta complicado) o de lo inmediato que te circunda, estarás de acuerdo conmigo en que este mundo, la historia se nos ha ido definitivamente de las manos, pero definitivamente. No hay marcha atrás. Unos cuantos, los menos, dominan el planeta. Me refiero a los poderes financieros más incluso que a los políticos; y otros cuantos, los muchos, vivimos subyugados a los caprichos de estos pocos, a veces con cierta conciencia de vivir en esta esclavitud y otras veces absolutamente despreocupados y sin conciencia alguna del padecer. La muerte social funciona como una eutanasia activa a la que nunca dimos el consentimiento. Cierto es que en algunas zonas del planeta da la impresión de que existe menos padecimiento, por ejemplo en la nuestra, pero solo es una trampa, una red, en la que hemos caído. La felicidad y el bienestar únicamente están sostenidos por la diversión y por la posesión de algo de capital para su disfrute. A esto es a lo que llamamos esencialmente una sociedad avanzada. Fíjate bien y verás que precisamente la filosofía nació en tiempos de ocio, de relajación para que el ser humano se concediera la oportunidad de mejorar, a nivel social e individual. Por eso apareció Platón. Y aparece exactamente (lee la carta VII) para procurar que no ocurra lo que a la postre ha ocurrido. Lo que me preocupa es que Platón siga apareciendo y tan presente, pero lo comprendo a la perfección. Sin embargo, y esto es casi innegable, las sociedades occidentales, salvo honrosas excepciones, no incluyen el pensar entre las ocupaciones del tiempo de ocio. Más bien, incluyen beber, comer en exceso y si las fuerzas te llegan, bailar con miles de decibelios para que ni si quieras tengas que soportar escuchar al de al lado. Es más, ya ni siquiera tenemos la obligatoriedad de verlo. Para eso se ha creado la sociedad virtual, para que solo tengas que emplear tus cinco sentidos delante de un cristal. Se soporta al vecino siempre que obtengamos, de una u otra forma, un rendimiento económico. Y hablo hasta de los propios hijos. Y hablo de los ancianos, para quienes incluso estamos dispuestos a pagar a cambio de que mueran en residencias. ¿Acaso crees que algún gurú de estos ahora tan famosos del optimismo vital lo hace gratis? (Continuará).

* Profesor de Filosofía

@AntonioJMialdea