Cuando creíamos que lo sabíamos todo, ahora resulta que no acabamos de llegar a lo esencial. Y en una sociedad que muchos llaman pomposamente "del conocimiento" nos duele que exista un desconocimiento tan flagrante de temas esenciales, con grandes confusiones que se alternan sobre el tapete. Un semanario católico, tras los reprobables atentados terroristas de París, se formulaba estas preguntas: "¿Qué conocimiento tenemos del Corán? ¿Y de la Biblia? ¿Y de sus enseñanzas, ritos y costumbres? ¿Qué formación pública reciben los niños musulmanes en nuestras escuelas? ¿Cómo educamos en el respeto a la libertad religiosa? Demasiado a menudo olvidamos que éste es un derecho de la persona y que la laicidad, tan solemnemente invocada, es sólo un principio de ordenamiento constitucional de que está al servicio de aquélla". Y así podríamos continuar formulando más preguntas, por ejemplo, ¿hasta qué punto los diferentes medios de comunicación de masas, tal vez en aras de captar audiencia, no vulneran sistemáticamente los códigos éticos de la profesión periodística? Hace ya tiempo, a finales del pasado siglo, se celebró un sínodo de obispos sobre Europa, para tratar de su evangelización, como estela luminosa de aquellas palabras de Juan Pablo II en Santiago de Compostela: "Yo, obispo de Roma y pastor de la Iglesia universal, desde Santiago, te lanzo, oh vieja Europa, un grito henchido de amor: vuelve a encontrarte. Sé tú misma. Descubre tus orígenes. Aviva tus raíces. Revive aquellos valores auténticos que hicieron gloriosa tu historia y benéfica tu presencia en los otros continentes. Reconstruye tu unidad espiritual, en un clima de respeto a las demás religiones y a las genuinas libertades". La cita es larga pero pone de relieve, ricamente, unos contenidos que nuestra casa común europea debería reencontrar y hacer más realidad. La Iglesia ha de aportar en favor de Europa la promoción de los valores espirituales y morales, como la defensa de la dignidad de toda persona humana, el derecho a la libertad religiosa, el derecho inviolable a la vida, la tutela y promoción de la familia. Por su parte, los creyentes cristianos han de ser una voz profética y crítica en esa construcción de la unidad europea, a fin de evitar el peligro de un eurocentrismo equivocado que nos encerraría en una casa común europea aislada de la casa común de la humanidad, especialmente de los países pobres y subdesarrollados. Lo proclamaron los obispos en aquel sínodo: "Ni la Europa económica, ni la Europa social podrán ser duraderas sin unas bases morales y espirituales en su dignidad". Una antigua máxima entre los historiadores rezaba: "Cuando Francia se resfría, Europa estornuda". Hay que estar muy atentos a lo que ha sucede en el país vecino que, además, tiene una tradición de convivencia, de reflexión e incluso de legislación en materia religiosa más antigua que la nuestra. El momento obliga a superar los "desconocimientos".

* Sacerdote y periodista