La democracia en este país ha traído entre otras muchas cosas algo que merece la pena enfatizar: el gran logro del estado de bienestar, o lo que llamo la «socialización de la vida cotidiana», algo tan fundamental como para que no haya que dar la más mínima oportunidad a los desagradecidos advenedizos a los que la palabra solidaridad ni les suena.

Parece que no valoran que fruto de un esfuerzo plural y colectivo y de una ley del péndulo que ha hecho que en un momento gobernaran unos y en otro los contrarios (equilibrio perfecto de la balanza democrática) se haya conseguido tanto y además en tan poco tiempo.

Cuando de la noche a la mañana se instaló en este país la democracia la vida diaria de los españoles era tan distinta que parece que ya no se acuerdan. De veraneo no iba nadie, solo unos pocos que como mucho llegaban a la incipiente Costa del Sol, mientras que la inmensa mayoría no conocía siquiera el olor a mar. Los hoteles eran un auténtico lujo solo al alcance de una micro minoría y no digamos ir a comer a un restaurante, pues los pocos que había tenían una categoría y un coste solo accesible a la élite. En nuestras casas había teléfono si acaso y no en todas, el agua caliente no fluía como un maná inagotable, la televisión pasó mucho tiempo hasta que su uso se generalizó y la sofisticación de los electrodomesticos actuales nadie la hubiera siquiera imaginado. Tener coche y que además tuvieran aire acondicionado o navegador de a bordo, pura ciencia ficción y actividades hoy normales como ir a la peluquería y que exista oferta de corte y mechas a poco más de cinco euros, una socialización en toda regla del tratamiento capilar.

Carreteras infernales que se han sustituido por otras que son la envidia de Europa y sin pagar, trenes de alta velocidad silentes en vez del traqueteo de aquellos ferrocarriles, vuelos internacionales por treinta euros que te acercan a comer a Milan o a Frankfurt, enseñanza obligatoria hasta los dieciséis y asistencia sanitaria que se preocupa hasta de la dentadura de nuestros niños o si los mayores se han revisado o no la tensión arterial.

La «socialización de la vida cotidiana» que tanto nos ha dado y que algunos zafios no valoran porque el concepto de solidaridad ni lo huelen.

* Abogada