No hace mucho llegó a mis manos un tríptico publicitario sobre la Valorización Energética de Residuos en Fábricas de Cemento y Salud Ambiental . El título me dejó perplejo; pero, por si no me enteraba de lo que se trataba, venía ilustrado por un "realista" montaje fotográfico que reflejaba una pradera de bellas flores amarillas sobre la que se alzaban majestuosas y tranquilizadoras las chimeneas de una fábrica de cemento: ¡toda una bella e idílica estampa campestre- como la de Córdoba!

En él, obviamente, se hablaba de las excelencias de la "valorización", de "la eficiencia de recursos", "la no implicación de riesgos adicionales", "impactos añadidos", "no haberse identificado riegos potenciales", etcétera, en suma, que la incineración de neumáticos, lodos, plásticos, etcétera, en las cementeras (aunque se encuentre en medio de una ciudad de 350.000 habitantes: ¡qué más da!) es incolora, inodora e insípida. ¡Oh milagro, cuando ya ni el agua lo es!

Es la ocultación de los hechos, el uso de los eufemismos, de palabras e imágenes distorsionadas por los publicistas para que el común de los mortales no nos enteremos de lo que realmente se pretende y creamos lo contrario de lo que es.

Aún tengo presente en el recuerdo de mi infancia la visión de mi madre, todos los días del año, al realizar sus tareas domésticas, limpiar de cemento las hojas de las plantas de las macetas de su balcón; pero hoy compruebo --ironía de la vida y de la historia-- que la empresa cementera patrocina por primera vez la Fiesta de los Patios cordobeses y a algunas de nuestras autoridades abriéndosele las carnes de satisfacción, olvidando que ésta lleva ochenta año destrozando nuestros parques y jardines y arrasando nuestro patrimonio medioambiental: ¡pelillos a la mar-!

Pero lo más gracioso --la idiosincrasia de Córdoba es sorprendente-- es que en esta ciudad en la que se ha cometido el mayor atentado al patrimonio arqueológico de Europa como fue la destrucción del palatium de Cercadillas; la ciudad que ha sufrido el expolio más grande a su patrimonio desde que las tropas napoleónicas la arrasaron llevándose las riquezas de nuestros palacios, iglesias y conventos, y me refiero a la pérdida de Cajasur con la desaparición de 800 puestos de trabajo, nadie ha abierto la boca, nadie ha protestado, nadie se ha manifestado (¿ni los sindicatos-?) y ahora cuando alguien, con fundadas y evidentes razones, se opone a la transformación de la cementera en una incineradora, cuando alguien alza su voz por la salud de los 350.000 habitantes, salen los voceros de esa empresa insultándoles y acusándoles de ser los responsables de la crisis económica, del fin del mundo y de la muerte de Manolete.

Una cementera en medio de la ciudad es una barbaridad, un sino que estamos estoicamente sobrellevando como herencia histórica, pero pretender que ésta se convierta en una incineradora será un gran negocio para sus accionistas (ayer americanos, hoy portugueses y mañana, ¿tal vez, chinos?) pero para nuestra ciudad es un despropósito descomunal y una hipoteca inasumible para su futuro. ¡A no ser que queramos progreso, mucho progreso y progresía-!

Entonces, lo que hay que hacer es liberalizar el trabajo y ¡todos esclavos!; liberalizar la tierra y que se construya y edifique lo que se quiera y en donde quiera; que se liberalice también el agua y todo el mundo vierta sus heces en nuestros ríos y arroyos; que se liberalice el aire y expulsemos mierda a la atmósfera; y, finalmente, que se convoque, en un gran aquelarre, a todas las poderosas multinacionales de la porquería del mundo a establecerse entre nosotros y- ¡a construir vertederos sin reservas, incineradoras sin límites o cementerios químicos o nucleares sin ton ni son-!

Ello dará, sin ningún género de duda, trabajo, mucho trabajo- pero ¿es eso lo que queremos para Córdoba-?

* Historiador