Ada Colau resbala hasta caerse en una placa ajena de hielo destemplado, pero también mortal cuando da el latigazo postrero en la cerviz. Ada Colau se cae, rompe la placa, y se hunde en las aguas gélidas del espanto nocturno por las calles de Gracia. Ha estallado la guerra. Esto es sensacionalismo elevado al comienzo del artículo, pero tiene sus visos de realidad mordiente cuando sabemos que algunos de los manifestantes por el Banco Ocupado han tratado de quemar un coche patrulla con agentes de policía dentro. ¿Cómo llamamos a estas gentes? ¿Manifestantes, como acabo de hacer, alborotadores, como diría Otegui, meros okupas, como si los okupas fueran por ahí quemando a los demás, o terroristas urbanos y presuntos asesinos en potencia, que es lo que parecen ser? Por muy edificantes que fueran las tareas desarrolladas antes en la antigua oficina de la Caixa, nada tienen que ver los buenos fines de esas actividades con la correa siniestra de salvajismo y miedo que aprieta el cinturón de Barcelona, que estrangula la noche hasta cortarle el aliento. En esencia, de hecho, ni siquiera el movimiento okupa tiene que ver directamente con lo que está ocurriendo, a saber: dos centenares de sujetos, no reconocidos por la gente del barrio, que aparecen cuando se va la luz pertrechados con escudos, con sus cascos y porras, para enfrentarse contra la policía en defensa de no se sabe bien qué turbios intereses, porque la ciudadanía no está ahí y no los reconoce como interlocutores de nada. Así se vio en la cacerolada vecinal propuesta hace tres días, cuando sólo ellos mismos acudieron al enfrentamiento con la sonoridad, aunque quedaran mudos, porque los vecinos no estaban con esta guerrilla nada improvisada que secuestra a la ley. No se puede confundir la presunta bondad de unos fines sociales con esta guerra urbana decantada desde la oscuridad, y aquí es donde resbala Ada Colau.

El problema de Ada Colau, cuando resbala y cae, es que no lo hace sola, sino con todo lo que representa, la plataforma antidesahucios y su fondo civil del 15-M. Y eso que Colau ha dignificado a la alcaldía de Barcelona no cediendo al chantaje de los activistas, o de los terroristas, como sí había hecho, de manera asombrosa y vergonzante, el anterior alcalde, Xavier Trías. Resulta que Trías llevaba un año pagando el alquiler del local a los okupas con el dinero público de los barceloneses. Nada menos que 5.500 euros mensuales del ala que abonaba el convergente Trías, el independentista Trías, al titular del inmueble, para que los okupas no arrasaran el barrio de Gracia. Así, entre ardores nacionalistas, manifestaciones clamorosas por la independencia y el orgullo del pueblo catalán, resulta que el Estado de Derecho estaba secuestrado en Barcelona bajo el mandato de un alcalde de CIU, dispuesto a pagar a los okupas, como él mismo ha admitido, para que no quemaran la ciudad. De esto no hablaban Artur Mas ni nadie, porque la ciudadanía sólo estaba en pugna con el poder centralista opresor, pero no con la propia vergüenza, no con el propio honor cuando se mira de frente en el espejo y se sabe perdido por unos guerrilleros que te han puesto la dignidad de corbata.

Ada Colau se negó a pagarles el alquiler y aquí empezó a recuperar esa dignidad perdida por Xavier Trías, enfangada de secretismo administrativo y manejo turbio de dinero público, ahora investigado por la fiscalía. Pero al reclamar a los Mossosd’Esquadra proporcionalidad, tratando de mantener un fantasmal equilibrio entre dos bandos, no ha terminado de cerrar la herida abierta por la cobardía irresponsable de Trías. Los Mossosd’Esquadra son famosos por sus casos de brutalidad, como el que causó la muerte de Juan Andrés Benítez -los propios inculpados aceptaron una condena por homicidio imprudente y torturas- o alreventarle el ojo a Ester Quintana. Pero los Mossos de las palizas y la intimidación, ni son todos, ni vienen a cuento ahora, cuando una ciudad entera es agredida. Porque aquí no hay dos bandos, sino uno: el de la legalidad contra una actuación, esta sí, desproporcionadamente violenta de unas escuadras de probados terroristas que han puesto en peligro la vida pacífica de Gracia.

El escándalo es Xavier Trías, pero la madeja incendiaria quema hoy las manos de Ada Colau. Más allá del interesante y justo debate sobre los inmuebles abandonados y su posible uso social, ni una ciudad, ni menos aún sus gobernantes, pueden dejar en manos distintas de las propias el imprescindible monopolio de la fuerza. H

* Escritor