El 7 de junio de 1937 los buques fondeados en el puerto mexicano de Veracruz hacen sonar sus sirenas como señal de bienvenida. Ha llegado un barco cargado de niños españoles. Son más de cuatrocientos. Tienen entre cuatro y quince años. La vida en una pequeña maleta, los ojos abiertos como platos ante el caluroso recibimiento en la estación de la capital horas después. Había que ponerlos a salvo del desastre de la guerra. Serán conocidos como los niños de Morelia, la ciudad que los acogió finalmente.

Aproximadamente dos años después, el 13 de junio de 1939, llega a tierra mexicana tras dieciocho días de navegación otro barco, el Sinaia, un buque con mil seiscientos españoles que huyen de la represión franquista y de los lamentables campos de concentración que funcionaban en la Francia de Vichy, teórica patria de la libertad, la igualdad y la fraternidad. La vida a bordo de las 307 familias fue salvada del olvido gracias entre otros al periodista y escritor de Puente Genil, Juan Rejano, exiliado hasta su muerte en 1976. Un superviviente de la expedición del Sinaia, Julián, por aquel entonces un chaval de doce años, contaba hace no mucho que al pasar cerca del Peñón de Gibraltar algunos integrantes de la Sinfónica de Madrid se pusieron a interpretar Suspiros de España. En ese momento Julián sintió que no volvería jamás.

Después de los del Sinaia hubo más prófugos de la muerte recibidos con los brazos abiertos en México tras atravesar el Atlántico, decenas de miles. Se les dio la opción de tener nueva nacionalidad y conservar la española. Pudieron homologar sus títulos profesionales. Tuvieron estatuto de refugiados desde su llegada. Ello fue posible gracias a la rectitud de Lázaro Cárdenas, presidente entre 1934 y 1940, un hombre aferrado a la legalidad internacional y a la defensa de un gobierno amigo. Álvaro de Albornoz, jefe del Gobierno republicano en el exilio, lo retrató como «padre de los españoles sin patria y sin derechos, perseguidos por la tiranía y desheredados por el odio».

Tenemos una escultura de Lázaro Cárdenas en la céntrica calle Córdoba de Veracruz. Hace unos meses una plataforma cívica honraba la memoria del que fuera presidente de los mejicanos con motivo del Día Internacional del Refugiado. Leo por primera vez las palabras alusivas al acto justo cuando humean las portadas con el primer trámite documentado para construir un muro antimexicanos, una barrera de hormigón y xenofobia para que los menesterosos no contaminen con su oscura miseria la tierra de las oportunidades. Otro muro de la vergüenza. Si los desesperados logran rebasarlo tal vez oigan el ruido de sirenas a modo de recibimiento. Firma la orden de construcción un señor llamado Donald Trump, un hombre hecho a sí mismo (ahí está el resultado), un tipo tan pobre que solo tiene dinero, un gañán que daría un poco de risa si no diera un poco de miedo.

* Profesor del IES Galileo Galilei