Espeluznantes y dramáticas, absurdas y terribles resultan las imágenes con que nos desayunamos cada mañana sobre la carnicería de muertos y heridos con que se siembran estos días los surcos de Gaza. El bombardeo indiscriminado por parte del ejército israelí de colegios, albergues de la ONU, hospitales, y barrios enteros de población civil, que ha provocado un reguero de sangre que sobrepasa los 700 fallecidos, entre ellos decenas de mujeres y niños, llena de indignación y rabia al común de los ciudadanos de este país y de todo el mundo civilizado, ante la manifiesta indefensión de los más débiles y vulnerables; ante la evidente injusticia para con un pueblo asediado y oprimido; ante la sistemática violación de todos los tratados y convenios internacionales; ante el palmario desequilibrio de los contendientes.

Los cohetes de Hamás no paralizan la ocupación-invasión israelí con sus asentamientos y confiscaciones contínuas, ni justifican la desproporción de medios y consecuencias del Estado hebreo, que lejos de una legítima defensa adecuada y apropiada que detenga a los agresores de sus nacionales, emplea una virulencia mortífera que no puede encontrar más que la descalificación y la condena de quienes luchan por la paz.

El Gobierno de España, que tantos viajes ha realizado en las últimas semanas para asegurarse un puesto en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, permanece mudo y sin criterio, ciego y sordo, ante tanta tragedia, lo que le asegura su idoneidad al puesto desde el ejemplo de la política del avestruz. La Comunidad internacional, desde el establishment político y los cortesanos de los intereses multinacionales, ha llegado hasta la "muestra de su preocupación", en un arrebato de solidaridad con las víctimas, que ahora está más centrado en condenar al presidente Putin y presionar a Rusia por la tragedia del vuelo derribado, mostrando con su cinismo que las víctimas no valen todas igual por su dignidad como seres humanos.

Debe encontrarse una solución para este conflicto más pronto que tarde, para evitar una espiral violenta que termine con la aniquilación total de uno de los adversarios, y la tragedia que ello supone. Pero la misma no llegará sin la presión internacional que ponga de manifiesto que con la paz se gana más que con la fuerza, y con el reconocimiento de un verdadero Estado Palestino, unido y fuerte que erradique su propio terrorismo, que garantice la seguridad de sus vecinos, siempre que éstos devuelvan los terrenos confiscados. La fórmula de paz por territorios ofrecía un equilibrio que se ha visto roto en multitud de ocasiones, generando la situación desventurada que ahora vivimos.

* Abogado