Atribuir la práctica de irse sin pagar de un bar o un restaurante a un efecto más de la crisis no es del todo preciso ni justificable. Ya era un delictivo ejercicio al uso de la picaresca al mínimo descuido del camarero antes de que la economía mundial se derrumbase. La pérdida de liquidez ha podido acentuar la incidencia y generar casos por necesidad para poder llevarse algo a la boca. Pero no parece ese el episodio vivido en una localidad del Bierzo, Bembibre. A la voz de «¡ahora!», los 120 comensales de un bautizo salieron en estampida cuando tocaba hacer frente a una dolorosa que incluía 30 botellas de whisky.