Reconozco que a veces no entiendo a los políticos, quizás por torpeza mía, ni algunos de los conceptos que hacen circular y que repiten hasta que se convierten en tópicos. Y uno de ellos es un concepto que está proponiendo el PSOE como solución al problema de Cataluña: el concepto de la "singularidad catalana".

Este concepto se deriva de la doctrina oficial del PSOE respecto del tema territorial. En el documento Un nuevo pacto territorial: la España de todos (Declaración de Granada de 6 de julio de 2013), se escribe textualmente (página 7): "Necesitamos reformar la Constitución para incorporar los hechos diferenciales y las singularidades políticas, institucionales, territoriales y lingüísticas que son expresión de nuestra diversidad". Lo que, aplicado a Cataluña, supondría reformar la Constitución para reconocer la "singularidad" catalana.

Pero, ¿eso qué significa? Realmente no sé el sentido político de la palabra, pues para mí, el concepto de singularidad solo tiene significado como concepto científico o tecnológico. Desde un punto de vista científico, "singularidad" es un concepto físico que se refiere a un momento temporal (por ejemplo, el Big-Bang) a partir del cual las leyes de la física serían otras. En el ámbito tecnológico, una singularidad es un momento histórico en el que una tecnología cambia completamente el curso de la historia (por ejemplo, la escritura, la imprenta o internet). Una singularidad es, pues, un punto en el tiempo. Pero no es esto lo que creo que quiere decir el PSOE.

El Diccionario de la Real Academia nos dice, en la segunda acepción de la palabra, que "singularidad" es la "distinción o separación de lo común". O sea, que en castellano al menos (no sé en catalán) reconocer la "singularidad" de Cataluña sería hacer con esa comunidad autónoma una "distinción o separación" del resto. "Separación" que adjetivada, como lo hace el párrafo de la Declaración de Granada, con los calificativos de "política, institucional, territorial y lingüística" nos estaría diciendo que la Constitución debería reconocer que Cataluña es un sujeto político, institucional, territorial y lingüístico diferente del resto de España. De esto se deduce, en mi opinión, que con este cambio constitucional estaríamos aceptando la independencia de Cataluña, pues cada parte reconocería a la otra diferentes reglas políticas e institucionales, por lo que ya solo faltaría el reconocimiento internacional para que fueran dos Estados independientes. Es decir, reconocer la "singularidad de Cataluña" en la Constitución sería equivalente a reconocer implícitamente la separación de Cataluña, por lo que solo faltaría ponerle fecha a la independencia.

Pero mis razones para no estar de acuerdo con ese reconocimiento de los "hechos diferenciales" y las "singularidades" es más profundo. Es que creo que es algo intrínsecamente antidemocrático porque es contrario al ideal ilustrado de la igualdad. Uno de los pilares de la democracia liberal es que, a efectos políticos, todos los ciudadanos somos iguales, sin que sea democrático hacer ninguna distinción política o institucional por razones de género, raza, religión, ideología, lengua, origen, lugar de residencia, etcétera. Son los individuos los sujetos de los derechos y no las colectividades con los que ellos que se puedan identificar y, por lo mismo, diferenciar, del resto. Según el principio de los "hechos diferenciales y singularidades", tendríamos que aceptar constitucionalmente leyes (¿electorales?) e instituciones (¿juzgados? ¿escuelas?) diferentes para personas que vivan en distintos territorios o que hablen otra lengua. ¿Por qué no, entonces, aceptar diferencias de raza, por ejemplo, la de los gitanos, o de religión, por ejemplo, los musulmanes? Llevado al extremo, la aceptación constitucional de "hechos diferenciales" y "singularidades" nos llevaría a un régimen parecido al apartheid sudafricano o a una democracia "a la israelí". Para mí, derivar diferencias políticas e institucionales entre la ciudadanía o parte de ella es aceptar una desigualdad que no concuerda con mis ideales democráticos. Quizás por eso no puedo ser nacionalista, porque todo nacionalismo lleva el virus de un totalitarismo. Lo siento, pero cada vez entiendo menos al PSOE y a Pedro Sánchez.

* Profesor de Política Económica.

Universidad Loyola Andalucía