Hay demasiadas personas que sufren el Síndrome de Procusto, una suerte de intolerancia a lo diferente, más dañino aún si piensan que lo ajeno puede ser mejor que lo suyo. Procusto en la mitología griega fue uno de los hijos de Poseidón. De oficio posadero, acogía a los viajeros y les dispensaba una gran hospitalidad y un trato amable, pero al dormirse los amordazaba y comprobaba si su tamaño difería del de la cama donde les acostaba. Si el viajero sobrepasaba el tamaño, Procusto le cortaba las extremidades que sobresalieran. Si el viajero no la ocupaba por entero, lo sometía a crueles estiramientos hasta adecuar su cuerpo al tamaño de la cama, de tal suerte que siempre hacía que sus visitantes se ajustaran a las medidas de su peculiar lecho.

El que quiere que todo se ajuste a lo que él dice o piensa, lo que quiere en realidad es que todos se acuesten en «su lecho de Procusto». También quien echa por tierra tus sueños porque los adapta a sus propias limitaciones para sentenciar que eres un iluso que nunca alcanzarás lo que te propones. Los que te limitan si sobresales, la pareja que achica al otro para destacar él más, el maestro que corta la cabeza del pupilo que cree le superará, el conocido y hasta amigo que critica desde su inmovilismo tu emprendimiento, el que se siente poseído por la verdad absoluta y no admite otro planteamiento político, social o vital distinto al suyo. El miedo a verse superados lleva a todos ellos a instalarse en la mediocridad y el peligro es que ni avanzan, ni dejan que nadie a su alrededor lo haga.

El héroe Teseo fue quien acabó con Procusto, pagándole con su propia moneda. Le propuso ver si él cumplía con las medidas de su cama y tras observar que era de mayor tamaño, procedió a aplicarle el mismo castigo, cortándole la cabeza de un golpe certero.

No esperen a que llegue un Teseo a su vida, abran su mente porque no existe el blanco o el negro, sino una inmensa gama de grises, empiecen a admitir que existen otras verdades y que pueden ser incluso mejores a la suya y verán cómo eso no sólo les enriquece, sino que empiezan a ser más felices, porque se me olvidó decir que Procusto en su mediocridad murió tan infeliz como vivió. Esto no lo he leído, pero estoy completamente segura de ello.

* Abogada