Como si se tratara del guión de la película Sin perdón que dirigió Clint Eastwood e interpretó él mismo junto a Gene Hackman, Morgan Freeman y Richard Harris; salvo que ahora los actores son de peor calidad, y el plató de cine se ha convertido en el Parlamento de la soberanía española. Todo el generalato del Partido Popular y sus máximos dirigentes han salido en tromba a pedir perdón a los ciudadanos ante los últimos escándalos conocidos de la corrupción que azotan la vida social, económica y política de este país. El perdón es una virtud cristiana. Decía Teresa de Calcuta que el regalo más bello es el perdón. Tal vez nos estén pidiendo ahora, desde ese nuevo confesionario en el que han convertido las Cortes, que pongamos la otra mejilla ante los escándalos que seguirán destapándose o ante las próximas elecciones que se avecinan, a las que acudiremos con la nariz tapada ante el hedor insoportable de tanta putrefacción.

Decía el actor y director Woody Allen que lo que más odiaba es que le pidieran perdón antes de pisarlo. Y es que de poco sirve pedir perdón cuando, a renglón seguido, se rompe y frustra el fallido pacto contra la corrupción y cuando en varios años de gobierno no se tomaron las iniciativas legales suficientes y necesarias para impedir la misma. De poco sirve pedir perdón cuando no existe arrepentimiento auténtico sino mera estrategia. Nada envalentona tanto al pecador como el perdón, escribía Shakespeare.

Sin duda, sería más eficiente para nuestros dirigentes que en lugar de pedirnos perdón, aprendieran a no ofendernos continuamente con la prepotencia de sus actos, con la deshonestidad de sus conductas, con el premio al servilismo y la mediocridad, con el despilfarro de los recursos públicos, con el abuso de sus facultades, con el ninguneo a la ciudadanía, con el nombramiento de cargos incompetentes. Sí, hay que perdonar, pero al que le duele habernos hecho algún daño, no al que lo consiente y forma parte del mismo, y solo trata de lavar calculadamente su imagen. Hay que perdonar a la persona, pero también hay que exigir responsabilidades políticas y judiciales al irresponsable. Perdonando demasiado al que yerra se comete injusticia con el que no yerra, escribía el diplomático italiano Baldassare Castiglione hace ya cinco siglos.

Abraham Rajoy, como otrora en Sodoma y Gomorra, intercede ante la soberanía del pueblo: ¿se salvará el sistema si encuentro 50 justos, y si son 45, y si apenas puedo encontrar 10 ó 5 justos?. Al final, dice el Génesis, llovió azufre y fuego, porque no había justos que salvar. Y quien miró hacia atrás, se convirtió en estatua de sal.

* Abogado