El cielo se mete en el agua del mar ahí enfrente, algo más allá de la playa, donde el verano muestra su tórrido atractivo. El sol alumbra esta hora de la tarde que se acuesta por poniente, mientras bañistas atrasados se mojan en el mar, lo mismo que la luna, que enciende sus ojos por levante. Esta tarde de chiringuitos de música de tango, cuyo origen casi cochambroso lo han convertido en esencia imprescindible de la globalidad, donde hasta viene la hija de Trump, nos devuelve a una realidad en la que las estaciones, como el trabajo de los jóvenes, están desapareciendo. El joven crecía en primavera, donde empezaban el amor y la historia de la vida laboral, que luego le llevaría, tras las cotizaciones, a cobrar la jubilación. En verano los muchachos, estudiantes o no, se iban a coger remolacha, al arreglo de carreteras, a los hoteles o a los restaurantes de la playa, donde les sellaban sus primeros jornales para la oficialidad. El otro día, mientras unos jóvenes de la ciudadanía virtual que señala Carmen Calvo rellenaban en el Guadalinfo de mi pueblo algún requerimiento oficial me confesaron que a sus más de veinte años no tenían aún ninguna ráfaga de historia laboral. Es como si estuvieran permanentemente en el invierno, una de las estaciones que, por su crudeza, parece que se enconará, lo mismo que el verano, cuyos calores daban pie a rápidos amores de ferias y encuentros de vacaciones. Ni otoño, donde la poesía adornaba las hojas caídas de los árboles y los más tristes escribían en sus diarios el comienzo de una inspiración en aquellos tiempos todavía publicable. Ahora el tiempo de recordatorio de los cuarenta años de democracia nos devuelve a una especie de invierno institucional en el que, desgraciadamente, nuestros hijos nos constatan el final de las estaciones de tibio sol de atardecer, de abrasador calor de mar y acantilados, de cielos colorados a la caída de la tarde y de noches de encuentros con abrigos de navidad. Los cuarenta años de democracia, que Carmelo Casaño ha ido a celebrar al Congreso de los Diputados por vivir el comienzo de la política después de Franco, constatan que ahora es el tiempo de una pobreza que se ensaña con la juventud, tan lejana de aquella de la Transición que inauguró una época de prácticas, contrato, seguridad social, nómina y jubilación acorde con la justicia social. Ahora estos jóvenes sí, están enganchados a los móviles y viven en ese mundo paralelo que les han dado las nuevas tecnologías, los ciudadanos virtuales que dice Carmen Calvo, enganchados a un aparato con pantallita parecido a un robot. Pero se están quedando sin estaciones, sobre todo sin primavera.