Si yo fuera el Señor Matanza, que no lo soy, generaría otra nueva, horripilante necesidad. Incontroladas razones de peso avalarían, un poner, la introducción en el mercado de un accesorio para móviles, obligatorio por mandato Divino y Estatal, sin el cual nada sería posible, pero nada, quizir, desde ir al baño hasta decir «hola». Y estoy convencido, dados los niveles de extrema gilipollez y sodomización mental reinantes en nuestro planeta, de que la población pagaría a toda prisa, dogmática, a rajatabla, «participativa», como suelen proclamar los concejales de cosas bonitas de nuestros queridos ayuntamientos. ¡Viva el progreso, mujer! Por supuesto, la citada innovación comercial, quizir, su puesta a punto, promoción, repetición, sería financiada con mis «otros negocios»: laboratorio farmacéutico, compuestos químicos fertilizantes de amplio espectro y curiosa tonalidad, drones con bombita incluida, sobornos, manteca, amenazas, favoritismo, coca, todo ello, chica. Claro está que sin ánimo de lucro. Mi nueva necesidad, mi creación, nacería de un sano deseo de ocio: irreprochables ganas de pasarlo bien observando las colas en los grandes almacenes, las intermitentes caras de susto y consuelo, desamparo y emocionada confianza en el nuevo orden. ¡Cómo me divertiría, cariño! Extravagante, semioculto bajo grandes gafas negras, panamá y foulard de marca propia, vigilaría desde mi palco secreto (cual Paul Williams) las asambleas de las Naciones Unidas, ONU, OMS y Premios Grammy, controlando voluntades y esfínteres con un sutil, amanerado golpe de meñique.

Oh, demasiado trabajo. Mi pereza, nuestra pereza nos mantiene aquí, agustito en los mundos de Yupi, mientras el rico, nuestra creación, maneja todo el cotarro. Sea. Mentando a George Harrison no necesitamos ningún Wah Wah. Podemos soñar, por qué no, que el Señor Matanza es nuestro subordinado. Que trabaje él.

* Escritor