Hace varios años tuve la desgraciada experiencia de conocer ese mundo. En aquella ocasión esporádica expresaba en primera persona a los cuatro vientos las gravísimas dificultades que deben de sufrir a diario quienes viven esta realidad. A día de hoy ha querido el destino que vuelva a vivir la situación de la mano de un familiar muy próximo, y vuelvo a revivir en mis carnes el durísimo peaje que hay que pagar en estas situaciones. Nunca, nunca nos hacemos "los normales" una idea certera de las extraordinarias penalidades que tiene que pasar un inválido motórico, ni otros de similares enfermedades o de otra naturaleza. La silla de ruedas condiciona tu vida totalmente, desde los movimientos que ya no puedes hacer a las cuestiones de percepción tuya y de los demás; las relaciones sociales y toda la trama afectiva que comporta la nueva situación. Quienes viven en una silla de ruedas de forma indefinida se encuentran ya acomodados a una situación que realmente es terrorífica, y lo hacen con una dignidad encomiable, sin otra solución posible; ya sin reparos, ni reproches, ni consideraciones altisonantes. Es admirable cómo se adapta el ser humano a las situaciones más duras. Sin embargo, cuando transitas de forma esporádica o temporal por el mundo de la silla de ruedas compruebas en muy pocos días el tremendo desaliño que te ocasiona una vida relegada a un segundo plano, con infinidad de impedimentos y problemas, en casa y fuera de ella. La primera vez que te subes a un artefacto de esta naturaleza compruebas rápidamente el valor que tienen las piernas; la enorme suerte que tenemos andando con normalidad, sin comprender realmente la fortuna que tenemos en una existencia normalizada. Cuando pierdes la suerte de disponer completamente de tus piernas entras en otro mundo. Te encuentras sujeto a una máquina simple que sirve para ayudarte, pero está cargada de limitaciones: no sabes moverte con soltura, y debes aprender; no alcanzas la mayoría de las cosas; precisas la ayuda de los otros cada cuatro segundos; no puedes desplazarte en tu casa por la mayoría de las habitaciones, etc. Te das cuenta de inmediato de que eres un inválido que precisa constantemente la ayuda de los demás. Las dificultades motoras son gravísimas, y tomas conciencia de ello, pero no menos importantes son las consecuencias que la cosa tiene a otros niveles, que afectan muchísimo. Los otros empiezan a mirarte de otro modo, que no sabes muy bien como calibrar: con afectación desmedida, compasión, conmiseración, cumplimiento..., con ofrecimiento de ánimos sinceros. Lo cierto es que tanta afectación no sabes si es un auxilio anímico o una constatación grave de tu desgracia. Sobra señalar que la mayoría de las veces quienes te rodean te estimulan positivamente, pero es ingenuo pensar que las relaciones sociales y afectivas no se modifican. Obviamente las miradas personales y sociales cambian y te trasforman, porque tú ya no eres el mismo, y hasta a veces pareciera que has perdido capacidades de otra índole, como intelectuales, sociales o de otra naturaleza. Más allá de lo personal y las limitaciones infinitas mencionadas, quisiera subrayar las problemáticas de calle, las urbanísticas y arquitectónicas públicas y privadas que no son todo lo satisfactorias que fueran de desear. Es cierto que cada vez existe una mayor sensibilización y una política más activa para garantizar los derechos de los inválidos motóricos, pero también es verdad que muchas veces son simplemente de escaparate político. Con asiduidad asistimos a situaciones estridentes, como carencias gravísimas de sistemas adecuados para subirte a pisos sin ascensor (que aún existen), y te encuentras totalmente desvalido. Bastaría con que cualquiera de los "normales" estuviera una jornada en silla de ruedas para comprobar en sus carnes que existen dificultades por todos los sitios: aceras estrechas, pasos limitados, farolas obstaculizando aquí y allá, edificios, entradas y salidas; semáforos y pasos adaptados; tratamiento social y comportamientos varios, etc. Lamentablemente no somos conscientes de que cualquiera de nosotros podemos mañana ser uno de los usuarios, temporales o definitivos, de este mundo de la silla de ruedas.

* Doctor por la Universidad de Salamanca