En numerosas ocasiones el silencio de una persona se interpreta como signo de prudencia o, acaso, se hace igual a ese tiempo que nos otorgamos para reflexionar antes de responder u opinar. En otras se calla, pues se asiente (el que calla otorga) y en no pocas circunstancias no se abre el pico porque no tiene nada que decir.

En política el silencio es un arte o desquicia. Aquí, en este Estado sumido en la crisis, el desgarro y la vocinglería del rupturismo, hace demasiados años que tenemos un presidente dado a largos tiempos de mutismo (también silencios de plasma) interrumpidos por declaraciones episódicas y breves que aclaran bien poco: chascarrillos, tautologías y salidas al paso.

Pero el resto de nuestra clase política es lenguaraz de manera habitual hasta la reincorporación al corro de Pedro Sánchez. El flamante secretario general del PSOE es persona de largos silencios entre torrentes de palabras. Ahora atraviesa uno de esos momentos. Desde la noche del domingo 21 de mayo hasta el momento que escribo este comentario, han pasado siete días en los que no ha dicho ni mu. O sí, saludó el miércoles último a los trabajadores de Ferraz para transmitir tranquilidad.

Pero, ¿calla por prudencia, porque necesita reflexionar o quizás no sabe qué decir? Seguramente es un compendio de los tres supuestos. Se ha encontrado de bruces con la mayor responsabilidad de su vida: dar respuestas esperanzadoras a un partido hecho trizas, una izquierda desarbolada y espoleada por una suerte de comunismo populista y un país en carne viva por causa del desgarro que produce la secesión en marcha de Cataluña.

Más allá de talentos y propios arrestos, Sánchez tiene casi todo en la linde misma de lo imposible. Por ello habrá de ayudarse --acaso más allá de lo conveniente-- con el escudo protector del silencio. Porque ningún muñeco roto --el PSOE lo es-- echa a andar por más que se le rebobine la cuerda a conciencia, y el entripado catalán no se encarrila aunque se admita la plurinacionalidad de España. Debe acometer con urgencia una rehabilitación completa de ese hermoso pero desvencijado edificio decimonónico llamado PSOE, pues ya no valen los aseados arreglos de chapa y pintura. Un tiempo de reformas mientras el mundo alrededor no corre sino que vuela y aquel que mira para atrás se convierte en estatua del sal sin remisión (reparemos en Susana Díaz).

El único que cree estar resistiendo en el último tiempo es Mariano Rajoy. Está seguro de que pasará a la historia con mayúscula, pues sacó a España de «su crisis más espantosa» y mantiene contra la pared a esa derecha externa que asusta a media Europa. Y para mayores méritos ahora se apresta a salvarnos del veneno separatista catalán. Si logra contenerlo dirá que la vieja política el es el valor más seguro y se creerá futuro.

O sea, otro destinado a convertirse en estatua de sal.

* Periodista