Una tarde de paseo por Córdoba es un verdadero lujo que, en demasiadas ocasiones, no valoramos. Perderse entre sus callejuelas laberínticas de la Medina o de la Axerquía, te invita a la meditación y hasta hablar solo con uno mismo. Llegas a escuchar el silencio, tal como en su día lo apreció Pío Baroja cuando tomó los primeros apuntes de La Feria de los Discretos. Las ciudades también tienen sus heridas que las cicatrices del tiempo no han conseguido borrar y que están ahí, desafiantes como animales perdidos en la penumbra de la Historia. Y me refiero a la zona terriza, pública o privada, donde se aparcan vehículos de forma desordenada y es además un vertedero de basura en la avenida de Libia, que tiene como frontal la tapia del Cementerio de San Rafael. Es un lugar abandonado con altos eucaliptos y en donde, desde hace años, no ha habido ninguna actuación urbanística al respecto, como un parque o equipamiento urbano, o algún otro lugar de recreo organizado por la propia ciudad o sus regidores. En definitiva, una isla solitaria y triste.

Recientemente, al amparo de su tenebrosa oscuridad, determinados grupos jóvenes practican el botellón. Desde mi punto de vista es una de esas heridas todavía no tamizadas por el trascurrir de los años, porque en ese lugar durante la Guerra Civil y también en la posguerra, de infausta memoria, se ejecutaban fusilamientos a unos pobres desgraciados. Fruto del odio, rencor, la venganza o, por qué no decirlo, la crueldad humana. Y es como si la ciudad, después de tantos años, haya rechazado que ese pequeño trozo de terreno, todavía inhóspito, no lo ocultara el olvido de algo bello. Ese dolor contenido, si lo buscas, puedes encontrarlo entre el desorden y el abandono, como he dicho, de ese lugar.

No fue el único, pues también en la tapia del Cementerio de la Salud se llevaron a cabo múltiples ejecuciones sumarias, prácticamente sin juicio. Pero este descampado que pertenece al inconsciente de lo colectivo, sigue ahí como queriéndonos hacer recordar unas paginas negras, no demasiado lejanas, de la historia de Córdoba. Y se niega a entrar en la normalidad, como queriéndonos hacer ver, o chillándonos al oído, que los hechos dramáticos ocurridos en esas tapias que fueron testigos y actores, deben quedar ahí como símbolo de la vergüenza humana. Madres a las que cuando iban a llevarle la comida a sus hijos les entregaban el hatillo de su ropa. Hijos que eran avisados para recoger el cadáver de su padre y algunas veces teniendo que pagar dinero por ello. Denuncias que provenían de personas desconocidas y que abocaban a un final irremediable. Dolor sobre dolor. La mas absoluta indefensión jurídica como dueña de la noche. Y esas descargas en la oscuridad, como quien baja una persiana metálica violentamente, para después la nada de la nada. Y entre todo ello, un personaje siniestro también de infausta memoria. El tristemente célebre don Bruno. Dueño y señor de la vida y hacienda de las personas y que tuvo que ser destituido por su crueldad. También tenía su corte de los milagros. En definitiva, un asesino legal.

Barcelona también tiene sus heridas. En el Castillo de Montjuïc, y en el tristemente célebre barco Uruguay. Tanto en la guerra como en la posguerra, quien subía al Castillo, o era trasladado a la mencionada embarcación atracada en el puerto, no volvía. También estaban las Checas en otras ciudades, Madrid, Valencia, etc. ¿Y por qué no olvidar Paracuellos o Cabra? ¿Cuándo empezaremos la maravillosa aventura de la reconciliación? ¿Cuándo aprenderemos de la Historia, para no repetirla? ¿Cuándo nos sentiremos orgullosos de ser parte integrante de uno de los países mas determinantes de la Historia de la Humanidad? y, ¿cuándo Córdoba, de una vez por todas, empezará a quererse a sí misma? Y de que, a parte de ser colonia Patricia, Califato omnímodo durante la Edad Media. En el Puente de Alcolea el 7 de julio de 1808 se hizo frente al temible ejercito napoleónico, y aunque Córdoba sufrió después tan graves y trágicas consecuencias, de ahí partió toda la fuerza militar que, dirigida por el general Castaños, infligió a Napoleón su primera derrota en Bailen. Y que ese Puente de Alcolea fue testigo el 28 de septiembre de 1868, de la segunda batalla en donde el reinado caprichoso de Isabel II, digna hija de su padre, acabó en el exilio francés, una vez que las tropas realistas fueron derrotadas por las liberales, y comenzara una nueva etapa de esperanza con el advenimiento del reinado frustrado de Amadeo de Saboya, la Primera Republica que, aunque acabó como el rosario de la aurora, fue sentando las bases de una incipiente democracia. Donde el Rey ya no era dueño absoluto de la nación entrando en la era constitucional con Alfonso XII y hasta nuestros días, con sus paréntesis, vaivenes históricos por todos conocidos.

Fue el presidente americano Wilson quién dijo en su día, que España era la nación más fuerte de la Historia de la Humanidad, porque los españoles llevaban cinco siglos queriéndola destruir, y todavía no lo habían conseguido. Paz y bien.

* Abogado y académico