Siete años de guerra en Siria son el resultado de un fracaso colectivo de una comunidad internacional que ha jugado sus bazas en un tablero alejado, en algunos casos dirimiendo asuntos colaterales, en otros fracasando en las estrategias de solución. Tratándose de un desastre en el que las responsabilidades son múltiples, sería inaceptable dejar las culpas en el plural genérico por cuanto una culpa generalizada excluye la individual. Aquí no se trata de la indefinida comunidad internacional. En este caso los culpables, en mayor o menor grado, tienen nombre y apellidos. El primero, Bashar el Asad, el presidente sirio, heredero dinástico de un poder autoritario, incapaz de atender las justas demandas de una población cansada de la corrupción y de la falta de trabajo. La brutal represión de estos demandantes en una manifestación desencadenó esta guerra el 15 de marzo del 2011, un conflicto mantenido por el déspota hasta la extenuación.

Luego están los distintos grupos de oposición y las milicias que no supieron hacer un frente común que pusiera fin a la guerra, abriendo así la puerta al yihadismo que en una parte del país instaló su autodenominado califato, hecho de la más repugnante violencia extrema. También están los vecinos sin frontera directa, Arabia Saudí e Irán, los dos países que amparándose en un distinto concepto de la religióm islámica han trasladado a territorio sirio su guerra por erigirse en la potencia regional. Y el país con una larga frontera, Turquía, donde el autoritario Recep Tayipp Erdogan combate su particular guerra contra los kurdos --los únicos que han frenado a los yihadistas de forma efectiva-- en territorio sirio y utiliza la cuestión de los refugiados como mercancía en un mercado.

El miedo a un nuevo Afganistán o Irak frenó en los inicios de la guerra al presidente Barack Obama, y no supo responder cuando el régimen de Asad, utilizando armas químicas, superó las líneas rojas que había impuesto el presidente de Estados Unidos. Ahora, con Donald Trump en la presidencia, la estrategia estadounidense es una incógnita que solo beneficia a Rusia, cuyo presidente ha sabido, además de mantener su única base en el Mediterráneo, convertirse en el valedor de Asad y erigirse en agente imprescindible.

Es cierto que la Unión Europea también es responsable, pero lo que hay que dejar claro es que lo son sus 28 miembros, cada uno de ellos con sus respectivos gobiernos, que vergonzantemente han incumplido los principios de humanidad que teóricamente inspiran a la UE. La guerra se ha cobrado medio millón de víctimas mortales, en su mayor parte civiles, y más de diez millones de desplazados. Aun ayer, miles de personas huían de Guta oriental. Gracias a todos y cada uno de los responsables Oriente Medio vuelve a ser un infierno, con un sufrimiento terrible para la población civil.