Una vez finalizada la última edición de la Cata del Vino, la calma que ha dejado tras de sí la tempestad de comentarios desatada estos días en torno al evento, sin duda invita a la reflexión por parte de todos los que amamos el mundo del vino. En mi caso, me ha dado por pensar qué pasaría si la cata del vino hablara.

¿Qué nos diría?, ¿Estará triste, feliz?, ¿Volverá su letargo sintiéndose orgullosa, o tal vez decepcionada?

Si la Cata del Vino hablara, nos contaría sus orígenes, su procedencia de familia humilde que mora en una tierra bendecida por el sol, encumbrada en el pasado gracias al sudor de sus habitantes y castigada con los años por la evolución de un mercado vinícola esnobista y desalmado, mercenario del gusto de unos pocos y verdugo de la tradición, el origen y la personalidad.

Se mostraría orgullosa de que a sus 34 años su embriagador perfume ya forme parte de la primavera cordobesa, entremezclando la complejidad de sus notas con el olor a azahar, incienso y otras flores que riegan nuestra ciudad por estas fechas.

También nos haría entender que, al igual que nosotros, tiene un pasado, un presente y un futuro, y que su evolución no es solo fruto de sus decisiones sino también del medio y el mundo que la rodea.

Nos enumeraría con satisfacción la calidad y variedad del conjunto de actividades que, destinadas a profesionales y público en general, han rodeado a todo el evento.

Si la Cata del Vino hablara, proclamaría a los cuatro vientos la labor de promoción exterior que hace, no solo de sus vinos sino de la ciudad y la provincia que la vió nacer y la acoge entre sus manos año tras año.

Tal vez le preguntaría a los sumilleres, estudiantes de hostelería y restauradores que ha comenzado a homenajear desde hace poco, cómo se sienten tras recibir esos galardones, fruto de su buen hacer.

Si la Cata del Vino hablara, defendería a capa y espada a aquellos bodegueros y restauradores que durante unos días salen de sus casas y colaboran con el evento, de los que solemos olvidar que además de difundir, tienen que vender, como lo hace cualquier empresa.

Recalcaría su accesibilidad por precio, por ubicación y por todo, acercando el mundo del vino a oriundos y foráneos, llegando incluso como novedad este año a facilitar el transporte a la gente de su tierra y teniendo establecido un módico precio de acceso del que más de la mitad lo vale la copa que nos entregan si quisiéramos adquirirla en una tienda.

Si la Cata del Vino hablara, nos mostraría lo positivo de su existencia, el aumento de sus cifras año tras año y cómo eso repercute en nuestro entorno.

No tendría pudor en hacerlo sobre sus imperfecciones, porque estás son síntoma de su humanidad, al igual que nos mostraría con ímpetu sus ansias de mejora.

Si la Cata del Vino hablara, se le ensombrecería el rostro si le nombráramos a aquellos jóvenes, que veces no lo son tanto, que acceden al recinto con el único propósito de emborracharse y «posturear»; pero no es su culpa sino la nuestra, no son sus hijos sino los nuestros, víctimas de una sociedad que no es capaz de enseñarles a divertirse de otro modo.

Sin duda se le partiría el alma al reproducir algunos de los comentarios que gratuitamente se vierten sobre ella, máxime, cuando solo pone corazón y buena voluntad en lo que hace, y, en ocasiones olvidamos que lo que hace, también lo hace por nosotros.

Si la Cata del Vino hablara, alzaría su copa y dedicaría un brindis a todos aquellos visitantes que han cruzado sus puertas a lo largo de sus 34 años de vida y a los implicados que, con más corazón qué medios, se han esforzado una vez más para que todo fuera posible.

Y es que si la Cata del Vino hablara, hablaría de esto y mucho más.

Pero la Cata del Vino no habla, solo escucha, y nunca podrá decirnos que ella y nosotros somos uno, que somos familia y que en la familia los trapos sucios se lavan en casa. Que es hija de todos nosotros, y que a los hijos se les quiere por encima de todas las cosas, se les susurra con cariño los defectos para ayudarles a mejorar y se gritan a los cuatro vientos sus virtudes para generales confianza.

Dicho esto, me gustaría dar mi enhorabuena a todos los que habéis disfrutado sin más de la Cata del Vino; a los que soléis anteponer lo malo a lo bueno, desearos que un día encontréis un buen vino que os nuble los sentidos y os enseñe el lado amable de la vida; y a los miembros de la Asociación de Sumilleres de Córdoba, a la que pertenezco con orgullo, agradecer el apoyo que se le presta a este y otros múltiples eventos relacionados con el mundo vitivinícola.

Para Córdoba, ciudad de acogida que siento como mía y que ha visto nacer a mi mujer y mis dos hijos, mi apoyo incondicional. Nuestros vinos no se hicieron en un día y su reconocimiento no se fraguó de la noche a la mañana. El tuyo tampoco lo hará, pero digan lo que digan, ya está dando frutos.

Salud y buen vino.

Hagamos patria juntos.

* Profesor de Hostelería IES Gran Capitán y miembro de la Asociación de Sumilleres de Córdoba