He leído en Diario Córdoba a Miguel Valcárcel sobre ‘Las agencias de evaluación universitaria’. Solicita entre otros cambios compensar el análisis cuantitativo, que se hace del profesor-investigador, con una evaluación cualitativa («contextualización, méritos excepcionales muy relevantes no contemplados en el baremo, etc»), eliminando de la frontera de publicación en revistas «de impacto» el umbral mínimo de artículos aceptados para su edición.

Las Agencias de Evaluación son el resultado de concebir el «trabajo de un profesor» como categoría contractual por obra de la economía de producción (número de trabajos publicados, patentes registradas, etc). Son el resultado de una apología del trabajo en sí mismo y por sí mismo.

Ante esta concepción el profesor Valcárcel solicita su contextualización. La producción del profesor se justifica a sí misma en sí misma y es la sola razón de sí y no se intercambia sino es por un sexenio. Esta concepción es sometida a crítica por mi compañero jubilado.

El profesor queda en gran parte des-socializado y reducido a un intercambio de su trabajo por un sexenio. El contenido de la obra de trabajo (su investigación) no pinta absolutamente nada si no ha sido aceptada por sus «pares» y admitida para su publicación en revistas científicas homologadas.

Para las Agencias de Evaluación solo lo cuantitativo y publicado y homologado tiene valor moral sea a título de actividad creadora, de servicio a la sociedad, sea de contribución a la ciencia y al bien común. El sexenio es el intercambio de aquel «trabajo», que en ese momento se reconoce merecedor de esa altisonante apología. Aunque se pretende lo contrario las diferencias cualitativas se han neutralizado, tal como denuncia el profesor Valcárcel, porque solo preocupa la economía de producción, ensimismada en autojustificarse y autorrealimentarse. El sexenio, además de un plus salarial, es exaltación y culto al trabajo en sí mismo y para sí mismo. La cualidad o calidad concreta de la obra del profesor tenía su propia vigencia, representada en el recuerdo agradable que quedaba en la memoria de los antiguos alumnos, por su buena reputación en los grupos interesados en su investigación; por su valor ante la sociedad. En ese caso no precisa de opinión emitida por la Agencia de Evaluación porque el contenido de su obra es ostensible ante los ojos de esos «grupos de interés». Como insinúa Valcárcel la cualidad ha desaparecido de la vista por la necesidad de intercambiar «trabajo por sexenio». El sexenio es la suprema instancia del «valor» del profesor investigador. No acreditar sexenios es una tacha, un «desvalor», es haberse dedicado al ocio. Sin embargo, la sociedad no valora al profesor por sus sexenios sino por cómo crea, descubre, aporta a la educación y al conocimiento.

Se queja el profesor Valcárcel de la ausencia de simplificación en los sistemas de evaluación, que son «horrible superburocracia, generadora de desconfianza» y «exigente en días y días para completar la solicitud». Pueden los solicitantes ser contemplados tal como enanitos diligentes, con sus picos y palas al hombro, camino de la Agencia, cargados de documentos para lograr el título de mayor ejemplaridad o de escarnio cuando no se les reconoce el sexenio. El sexenio es el resultado de un tráfico de intercambio que se supone es el producto de una relación de equivalencia. De eso duda Valcárcel y también dudo yo desde mi posición, como la suya, de jubilado que acreditó sexenios. La Agencia de Evaluación es la moderna Corte que ejerce su poder sobre ese factor intruso, respecto del trabajo de un profesor, que toma el nombre de Sexenio. Se verá castigado aquel profesor, que no alcance un tramo de investigación activo, con mayor carga docente hasta un máximo de 32 créditos ECTS, castigo que el principio de producción impone al que no sea eficiente, mediante el derecho positivo nacido de un decreto-ley de 2012. A esa situación se le denomina sexenio «vivo», necesario para hacer resucitar al investigador «muerto». La ética del trabajo no puede ser cambiada por la estética del sexenio.

* Catedrático emérito de la Universidad de Córdoba