El tercero de los encuentros referidos entre uno de los grandes personajes de la postguerra española y el articulista tuvo lugar, conforme se indicaba en el texto precedente, en el marco de la Universidad de Verano de El Escorial; en un tiempo en que tal enseñanza estival gozaba de un justo prestigio entre las mil y una actividades similares llevadas a cabo por las mismas calendas, y cuya proliferación condujo, según suele suceder, en línea recta a la postración e intrascendencia en que ahora se hallan dicho tipo de cursos.

Consciente de que muy verosímilmente esta sería su última actuación coram populo y muy en particular ante un público integrado por docentes y académicos de alto coturno así como por jóvenes historiadores de futuro más abrillantado, D. Ramón concurrió con sus mejores atavíos oratorios y discursivos. Bien percatado de lo excepcional de la ocasión, quiso igualmente que le acompañara en la primera fila del nutrido auditorio el único supérstite ya de la famosa triada intelectual que le secundara en las primeras jornadas de su controvertida vida pública. Y, así, muertos ya Dionisio Ridruejo y Antonio Tovar, sería un cariacontecido, pero fiel D. Pedro Laín Entralgo quien, a su terne requerimiento, lo acompañaría en un acto, que, ciertamente, no hacía sus delicias, tanto más cuanto que no ha mucho había dado a la luz con amplio eco polémico sus famosas memorias intituladas Descargo de conciencia... Su conferencia en torno a las relaciones hispano-germanas en la segunda guerra mundial constituyó una auténtica pieza maestra de su dominio de todos los registros de la oratoria. Como postrer eco de lo que habían sido medio siglo atrás sus cualidades dialécticas y esprit de repartie, el cuadro que trazara del tema difícilmente podrá olvidarse de sus privilegiados oyentes que se creían retrotraídos a otro tiempo en que la eubolia, el buen y suasorio hablar conquistaban voluntades e inteligencias, incluso a las provistas de gran cultura y no menos robusto talante crítico.

La intervención del cronista en tan memorable ocasión historiográfica y universitaria fue como siempre asaz modesta. Se limitó a dos preguntas acerca de una cuestión eclesiástica, y a otra algo más audaz, concerniente a la personalidad de su «cuñadísimo». Cansado o lógicamente atraído por otras interrogaciones de mayor enjundia, D. Ramón salió del paso sin mayores expensas exegéticas, pues, claro estaba, no podía perder el momento para mayores rentabilidades biográficas... Y a fe cierta que lo consiguió. No obstante la presencia en el auditorio de algunos de los maestros de los futuros líderes de Podemos y de sus incisivas preguntas --ya se apuntaban maneras...--, con reflejos envidiables, Serrano Súñer sorteó alfilerazos y críticas para, finalmente, ser despedido con una ovación casi de gala para uno de los más lúcidos testigos y actor notable de una etapa crucial del reciente pasado español.

*Catedrático