Siempre es capital la estadística del consumo, pero en Navidad aumenta la preocupación porque el consumo no disminuya. ¡Buena sería esa noticia para el crecimiento económico! Así es que el sistema despliega toda su capacidad de persuasión para que el comprar sea un fin en sí mismo, independientemente de las necesidades que satisfaga. No es que no haya necesidades, ni haya desparecido el paro, los trabajos basura, los pobres o la sopa boba, sino que se hace un paréntesis y se incrementan las necesidades y la paga para que la gente colabore con el sistema en su calidad de consumista. Y así andamos estos días como burros cargados de serones con baratijas, arreados por los capataces en marketing. Después de vender su fuerza de trabajo, la de comprar es la más necesaria función de los trabajadores (las clases ociosas juegan en otra liga) en el engranaje de producción de la máquina y cualquier ocasión la pintan calva: por estas fechas hemos empaquetado a la familia cristiana con la comunidad capitalista en un totum revolutum y el sentimiento de religare va del grupo humano al objeto ofrecido en venta. No hay más que comparar el fervor casi místico que despiertan en nosotros las mercancías en los escaparates con la alegría que aflora a nuestros rostros al compás de los villancicos, los anuncios publicitarios, el alumbrado de las calles y la irresistible tentación de poseer y consumir cosas para ser felices por el nacimiento del Niño-Dios. Sería mentir afirmar que sabemos claramente separar la trascendencia de la muerte del fetichismo del objeto, que no confundimos el portal de Belén con el supermercado.

Las consecuencias de esta ignorancia son graves. Las más altas necesidades, las prioritarias, son escamoteadas, tales como la seguridad mental en la forma de una filosofía uniformada del mundo; la necesidad de amor y pertenencia más allá de una fechas; la necesidad de autorrealización en el trabajo; la dimensión artística, donde una totalidad durable modela de forma estable nuestro hábitat; la oportunidad para acciones políticas individuales y eficaces y no manipuladoras; o la contemplación, en el sentido más amplio: donde el hombre abre su mente y alma receptivamente a la verdad, a la belleza, a la justicia y al bien. Nuestro énfasis en el crecimiento económico y la adquisición de mercancías conduce a una distorsión en el balance de nuestra existencia, al desarrollar excesivamente facultades y modos de vida que consumen energía y tiempo necesarios para otras actividades. Sacrificamos las facultades y actitudes que no pueden contribuir al crecimiento de la riqueza económica, a unas décimas de PIB, sin darnos cuenta que destruimos así el balance entre actividad y receptividad, hacer y ser, entre cons-ciente esfuerzo intencional y experiencia pasiva interna, entre intelecto y sentimiento. Tal vez sea una mala noticia para el mercado y los mercaderes, pero a menos que un incremento en el ingreso nacional sea contrabalanceado por algunas ganancias en estos aspectos olvidados (y yo no lo veo por ningún lado), ese incremento material causa en realidad una disminución en el bienestar de los seres humanos.

* Comentarista político