Una de las razones por las que estoy tan a favor del móvil es porque nos acerca a una de las ambiciones más antiguas y esenciales del hombre: estar en todas partes, verlo todo, ser Dios.

Estoy a favor de cualquier progreso o proceso que nos acerque a la divinidad. La juventud nos acerca a los dioses, la búsqueda de la belleza también, y la valentía, y la velocidad. Al parecer lo de la inmortalidad no es negociable, pero todo lo demás está encima de la mesa.

Ser dioses es llegar a los confines del universo. Ser dioses es tener hijos sin tener que pasar por el engorroso trámite del embarazo (trámite que a mí me encantó, pero que para algunas mujeres resulta realmente traumático y doloroso, cuando no irrealizable), de momento con vientres de alquiler, pero estoy segura de que los bebés se acabarán fabricando un día en el interior de máquinas.

Yo imagino una especie de pequeñas lavadoras o secadoras donde los fetos se vayan desarrollando hasta estar listos para salir mientras nosotras intentamos escribir libros, dirigir países, plantar tomates o hacer felices a los hombres de nuestra vida.

Creo que eso llegará, creo que nos hará más libres (a ellos también), más dioses, menos humanos tal vez, pero lo cierto es que ningún ser humano ha tenido nunca la aspiración de ser más humano. Los niños quieren ser Supermán (o Messi, que es casi lo mismo), pero no más humanos. La aspiración de ser más humano no es una aspiración humana, tal vez sea una de las aspiraciones de nuestros perros o de nuestros gatos, pero no es la nuestra. El día en que solo aspiremos a ser humanos, se habrá acabado el progreso, y se habrá acabado el arte también.

Yo no quiero ser más humana, yo quiero estar en todas partes, yo quiero ir a los sitios volando (y no llegar nunca tarde), yo quiero poder convertirme en cisne para follar, como hizo Zeus con Leda, yo quiero provocar tormentas terribles y hacer que florezcan los cerezos con solo chasquear los dedos, yo quiero salvar a los buenos y condenar a los malos, yo quiero el mundo y todos sus tesoros al alcance de mi mano, yo quiero saber lo que piensa cada individuo, el momento exacto en que vacila o en que se lanza, quiero saber lo que siente un segundo antes de empezar a disimular.

Ningún niño o adulto inquieto desea pasar la tarde viendo cómo se hace de noche. Ningún niño mira por la ventana a no ser que esté ocurriendo algo al otro lado: la nieve, un Ferrari, el Carnaval, los Reyes Magos, la vecina misteriosa, el mendigo elegante, una familia de jabalís.

Moriremos, pero además de haber visto atardecer por la ventana, habremos sido dioses, o héroes, como decía Bowie. Aunque solo sea por un día.

* Escritora