Vine al mundo en el seno de un pequeño matriarcado. Mi padre, que murió cuando yo era una adolescente, siempre bromeaba con que él era el más macho de la familia. Era su forma de autoafirmarse en una casa llena de sujetadores, bragas y compresas.

Pese a que éramos cinco contra uno, recuerdo las largas sesiones de Estudio Estadio con las que nos martilleaba cada domingo y la ansiedad constante que le suponía querer «proteger» a tantas mujeres a su cargo. Alguien le había dicho que él debía controlar a su prole y nunca llegó a darse cuenta de que podíamos protegernos los unos y las otras. Tampoco se dio cuenta de que en casa, más allá del mando de la tele, no era él quien tenía el control. Mi madre le hacía creer que sí, pero era ella quien al final tomaba las decisiones. Ella es la persona más fuerte que conozco. Quienquiera que dijo eso de que la mujer es el sexo débil, no conocía a mi madre. Ella es chiquita, pero fuerte como una roca, alegre como unas castañuelas y reconfortante como un chocolate caliente en tarde de invierno. Todo en uno. La fuerza no está en el músculo, sino en el espíritu. Ella sola se las apañó para sacar cuatro hijas adelante, con el machismo en contra, de luto por dentro y de colores por fuera. Volvió al mundo laboral sin dejar de trabajar en casa. Se ha pasado la vida levantándose al amanecer y acostándose de madrugada, sin mostrar nunca el más mínimo síntoma de cansancio, sin perder la sonrisa ni las ganas de vivir. Ella me enseñó que ser mujer es cosa buena, que los hombres no son el enemigo, pero tampoco la base de nuestra felicidad.

Cada día que pasa, más me gusta ser mujer. Ser mujer mola. Me gusta cuidar y que me cuiden, reír o llorar según el día, escuchar y que me escuchen, decir lo que pienso, a veces, sin pensar mucho lo que digo. No soporto el fútbol, el machismo y los machistas. Ni a los gurús que se dicen feministas y hablan por las mujeres en lugar de dejar que ellas se expresen solas. No soporto a muchas mujeres. Algunas me avergüenzan. A otras no las entiendo y con muchas no me identifico. Ni falta que hace. Cada mujer es un mundo. Como cada hombre. Y así debe ser.