Penetro en el huerto repleto de septiembre. Es un cuerpo inacabable de mujer. Acaricio su piel de almendras y de trigo. Siempre me duermo en el infinito misterio de plata que cuelga de su cuello. Escucho en sus suspiros el rumor de una acequia, liberada de la canícula de agosto. Amanece entre sus senos. La madrugada ha dejado en sus higueras un frescor de almíbar. Paso mis labios por el secreto de sus axilas, que saben a piel de melocotón y a zumo de granadas. Siempre encuentro rosas en la pureza de su vello, y brillan castañas y endrinas entre él. Septiembre es la esperanza cumplida que trataron de negarme los fríos del invierno. Los pezones vírgenes que mostró la primavera han dado sus manzanas. Maduraron las noches de verano en sus grandes racimos de uvas esmeraldas, rubias, rojas. Las estrellas se han quedado en el brillo de su mosto y sus limones. Subió la luna por sus muslos como una enorme sandía abierta en el ocaso. Las semillas despertaron su espíritu de vida y libertad. ¡Quién las recuerda ahora prisioneras en el encierro de los surcos! Sus caquis llaman a los pájaros. Me mojan la saliva de azúcar y deseo. Septiembre es el infinito cuerpo de una enamorada, extendido en paz sobre sus frutos. El pelo le huele a nueces abiertas a la luz del mediodía. Sus pies saben a pámpanos mojados de rocío. Recién despierta, sus besos tienen penumbras de bodegas en las que fermenta el vino nuevo. Dulces colinas, mañanas azules, atardeceres luminosos. Sus muslos son tibia tierra, que transpira plenitud. No queda en ellos ni el más leve recuerdo de escarchas de diciembre. Ya no existe en sus caderas el miedo a la soledad ardiente del verano. Son playas de un mar en armonía. El amor le pasa por los brazos y los hombros una sonrisa apasionada. Se abren sus horizontes más allá, siempre más allá. La brisa la recorre saturada de jugo de ciruelas. Vienen por su vientre nubes que sueñan en el cielo. A veces le dejan en la frente la lluvia pasajera de un miedo o una angustia. En sus ojos veo parras que los mojan con su moscatel de sombras luminosas. Las viñas de su pecho descansan recién acariciadas en busca de sus uvas. Llevo sus manos a mis manos. Pasan por mi pelo la ternura de sus caricias. Me prometen el amor. Calman los caminos de mi alma, y me serenan.H

* Escritor