Soy padre de una chica de 15 años que ha cursado estudios de danza en el Conservatorio Profesional de Danza Luis del Río en Córdoba. Lo que sigue es la carta que he enviado a la dirección del centro y que deseo hacer pública con la intención de evitar que otros niños y niñas, así como padres y madres terminen con la misma sensación descorazonadora que a continuación describo.

El día 4 de septiembre, en contra de mi sugerencia, mi hija decidió presentarse al examen de recuperación de segundo curso de grado medio profesional. Ya durante el curso anterior, el esfuerzo que invirtió restando dedicación a su formación obligatoria no fue suficiente para aprobar y optó por repetir curso, fundamentalmente motivada por su afición a la danza y su constancia por alcanzar sus propias metas.

Terminado el examen, y como cualquier padre habría hecho en esta circunstancia, me he interesado por sus sensaciones tras el mismo. "La profesora me ha aprobado", me ha dicho, "a pesar de no haber mostrado el nivel de destreza esperado", ha puntualizado posteriormente, "además me ha recalcado que el año siguiente no voy a aprobar", ha añadido derrotada y con la moral por los suelos. Tras ello un largo silencio durante el cual mi impotencia superó con creces su propia desilusión y decepción.

Desde su infancia, mi hija mostró inclinación por la danza y con toda la ilusión guardada en su mochila, inició su andadura hoy hace siete años en ese centro. La naturaleza no entiende de sueños y le perfiló un cuerpo alejado del estereotipo de una bailarina. No hace falta ser experto para verlo y a ella tampoco se le escapó nunca tal circunstancia, sin embargo su voluntad de aprender y mejorar siempre estuvieron por encima de sus limitaciones como bailarina. Extrañamente para mí, durante los años que cursó estudios en ese conservatorio no hubo un solo docente que antepusiera la voluntad y capacidad de sacrificio de su alumna a sus dificultades para superar tamaña limitación, valorando su esfuerzo, mejorando su autoestima y fomentando su ilusión por conseguir los retos.

Durante las muchas ocasiones que he presenciado el trabajo que se realiza en su centro, he tenido la oportunidad de captar algo que siempre ha colisionado con mi forma de entender la enseñanza en cualquiera de sus facetas. El objetivo su centro consiste en detectar potencialidades para formar profesionales, mostrando su incomodidad y falta de interés con aquellos que entienden la danza como una formación complementaria o que, simplemente y a pesar de su vocación, no muestren los rasgos físicos supuestamente necesarios para alcanzar sus pequeñas metas. A mi juicio, los grados elemental y medio de cualquier enseñanza pública deben estar orientados a la formación integral de la persona y como tal deben contemplar su complementariedad con la enseñanza obligatoria, anteponiendo los aspectos educativos a cualesquiera otros de naturaleza puramente profesional. En estos grados su alumnado requiere de un trato y un cuidado exquisito, procurando potenciar sus valores como seres humanos sobre aquellos que puedan tener como futuros bailarines de éxito. Le transmito con pesar que esa no ha sido en absoluto la sensación que he tenido durante todo el desarrollo formativo de mi hija en su centro. ¿Cómo es posible que unas enseñanzas estrechamente ligadas a la sensibilidad y las emociones, descuiden y desatiendan tales valores? Para mí es absolutamente inexplicable, no ya como padre, sino como persona y docente que soy.

Cuando mi hija terminó el grado elemental de danza, ya entendí, teniendo los datos que antes he comentado, que se enfrentaba a un sobresfuerzo para granjearle finalmente frustración, disgusto e impotencia. Todo estaba previsto y aceptado en mi mente de padre, sin embargo lo que no preví y en ningún caso llegaré nunca a aceptar es que una niña sensible, respetuosa con los demás, generosa en el esfuerzo y cariñosa con sus semejantes se haya sentido degradada en su autoestima por la falta de sensibilidad, afectividad y empatía que le dispensaron en ese centro. No dudo que el trato que recibió mi hija fue "aceptable" desde el punto de vista académico (de lo contrario habría interpuesto una reclamación formal ante la consejería), es posible incluso que no tenga el nivel exigido en su centro para continuar aspirando a sus objetivos artísticos, pero estoy convencido de que a una parte de su personal docente le falta quizás vocación y con seguridad algo más de respeto por la noble tarea de enseñar.

Manuel Barrena García

Córdoba