Esta semana ha circulado una espeluznante información, reforzada por un video del que el juez ha autorizado la difusión. En una residencia de ancianos de Atlanta (EEUU) un hombre de 89 años agoniza sin que nadie le atienda, hasta que llega la enfermera, apaga el chivato de auxilio, le estira las sábanas y coloca los tubos sin mirarlo siquiera, se ríe y se marcha, dejando a Charles Dempsey, veterano de guerra, ahogándose hasta su muerte. Tras el deceso, claro está, contaron otra cosa. Que le habían hecho la respiración asistida durante mucho rato... Hasta que la grabación de una cámara oculta instalada por la familia del fallecido relató una historia muy distinta. A la enfermera, al verse ante su propia imagen de crueldad y falta de profesionalidad, no le quedó otra que mostrarse avergonzada y reconocer los hechos. Eso pasa en un país en el que la estimación de las personas que mueren cada año por negligencias médicas se cuenta por millares, pero en este caso estamos ante algo más grave. Quizá ese anciano estaba destinado a morir aquella noche. Pero... ¿Solo? ¿Sin una mano que cogiera la suya, sin ninguna ayuda contra la asfixia y el miedo? Al leerlo, me trasladé de inmediato a finales de los ochenta, a ese hospital público español en el que mi amiga, que acompañaba a su padre enfermo, escuchó durante toda la noche una llamada de auxilio. «¡Señorita, señorita...!», decía aquel viejo de la habitación del fondo. El personal se reía («qué pesado el abuelo») hasta que aquel «señorita» dejó de escucharse y por la mañana retiraron el cadáver. Es terrible que un ser humano grite de terror ante la muerte y solo reciba silencio. Aquel inhumano abandono no tuvo castigo, como no lo habrán tenido tantos otros.

Por suerte las cosas en España no son así por regla general. Mi experiencia me habla de profesionales de la sanidad entregados mucho más allá de lo que les es exigible. Frente al horror de Atlanta, el conmovedor vídeo de una enfermera que le canta a su paciente para ayudarla a bien morir, y el día a día de la mayor parte de los cuidadores y sanadores. Porque hay profesiones que son mucho más que un trabajo: en ellas reside la esencia de lo que es humano.