A algunos de los que hemos sido votantes socialistas, hace mucho tiempo que no solo nos sorprende sino que también nos duele el pozo sin fondo en el que parece hundirse cada vez más el PSOE cordobés. Ello, además, en un momento en el que sería más necesaria que nunca una alternativa ilusionante, capaz de poner freno al neoliberalismo avasallador y a la lógica reaccionaria que se ha instalado en nuestras instituciones. En el contexto general de un partido que no logra liberarse de lastres pasados y que continúa sin encontrar el rumbo perdido, la organización en Córdoba hace esfuerzos día tras día por hacer más hondo el pozo y por alejarse de una ciudadanía que contempla a sus dirigentes entre el asombro y la indignación.

Solo desde el asombro, y la consiguiente indignación, es posible explicar la abstención del grupo socialista en la votación que hace unos días tuvo lugar en nuestro Ayuntamiento en torno a la titularidad de la Mezquita. Incluso contradiciendo las declaraciones de Susana Díaz, así como la de otros representantes socialistas cordobeses, los concejales no quisieron posicionarse y se dejaron llevar por la lógica cobarde del que en vez de los principios se guía por la conveniencia. Un posicionamiento difícil de entender por todos los que entendemos que la izquierda debería tener un compromiso militante con la laicidad del Estado y que debería dejar de ser de una vez por todas la cómplice de la confesionalidad encubierta que sigue dándole alas a la Iglesia Católica. Sería interesante que el grupo municipal socialista nos explicara a los miles de cordobeses y no cordobeses que apoyamos la titularidad pública del edificio las razones que les han llevado a escurrir el bulto. O al menos, y aunque sean complicados de entender, los motivos electoralistas o de oportunidad política que justifican esa cobardía, la cual no ha sido más que un paso más en la suma de despropósitos con los que el partido parece empeñado en convertirse en una fuerza marginal en nuestra ciudad.

Aunque a estas alturas deberíamos estar curados de espanto, y de manera prácticamente paralela a la vergonzosa actuación municipal en torno al debate sobre la Mezquita Catedral, no ha dejado de sorprendernos también a algunos que como premio al fracaso electoral y al progresivo deterioro del partido en Córdoba su principal líder haya sido elevado al limbo del Senado. Una demostración más de la urgencia con la que deberíamos prescindir de una segunda cámara convertida en inútil cementerio de elefantes pagado con nuestros impuestos. Al tiempo que constatamos por enésima vez que mientras que la política siga entendiéndose como una profesión y no como un servicio público, solo podremos disfrutar de un simulacro de democracia.

El "vasto" currículo profesional del flamante nuevo senador, unido a su "exitosa" trayectoria como gestor de un partido del que han ido huyendo todos los que no comulgaban con su liderazgo, son la prueba más evidente de qué cotiza más entre los lodos de la partidocracia que sufrimos. Un argumento más que debería arañar como mínimo nuestro corazón de mujeres y hombres convencidos de que la democracia no es solo un conjunto de reglas sino también una ética y hasta un modo de vida. Una manera de organizar el ejercicio del poder teniendo como referente el interés común y no los intereses egoístas de los que se suben al carro de la política porque tal vez no estarían capacitados para manejar otros carros. Frente a estos individuos que tanto mal están haciendo a la salud del sistema, los ciudadanos no solo tenemos el arma poderosísima de los votos sino también la posibilidad de alzar nuestra voz pública frente a tanto desatino. Porque de este desastre no solo son responsables los sujetos activos del mismo sino también todos los que se callan y otorgan, sembrando la duda de que tal vez también ellos forman parte del mismo círculo vergonzoso de intereses.

* Profesor de Derecho Constitucional de la UCO