Alguien dijo el otro día en el ciclo del Ateneo ¿Tiene Córdoba solución? que esta ciudad es una federación de peñas y otra de cofradías de la Semana Santa. Nadie dijo que los hoteles, los restaurantes y las tabernas también forman parte de una Córdoba que sostiene la economía de esos establecimientos con el turismo que cada día compra la entrada a la Mezquita como el bien cultural propio de este entorno que ya goza de tres patrimonios de la humanidad. Córdoba es un bien cultural e histórico que nació en la Colina de los Quemados, después se vino para el centro, entre Ronda de los Tejares y los altos de Santa Ana con los primeros romanos, continuó hasta el río con los árabes y dejó construido, más o menos, lo que ahora vivimos para que le sacáramos rentabilidad turística. Pero todos. No solo los dueños de restaurantes y hoteles, ni los de palacios cercanos a la Mezquita --el oro del moro, la clerecía que controla las entradas del monumento por antonomasia--, sino los miembros de cualquier entidad religiosa proclive a la meditación y a otros mundos. O sea, que ahora que empieza la Semana Santa y que desde el Obispado se ha propiciado que toda la ciudad, sobre todo la que es una federación de cofradías, se venga a hacer penitencia por la zona de la Mezquita, se tenga en cuenta que además de la religión y los restaurantes existen por el casco histórico viviendas de gentes que, a lo peor, ni creen en ese mundo.

La Semana Santa, por lógica, es un tiempo de la gente de la religión católica o de la que admira la belleza de su puesta en escena. Y en eso estamos. Pero que nadie, por ejemplo desde una cofradía, diga que tiene más derecho a las calles que los que andan por libre con su creencia. La ciudad --o los pueblos-- son un espacio por el que transita la historia, en este caso convertida en Semana Santa. Pero nadie, ni las cofradías, tienen el mando sobre su desarrollo. Este 2018 se va a celebrar en Córdoba el segundo año de carrera oficial por la Mezquita-Catedral. Vale. Esperemos que los apretujones no propicien malestar y que los palcos no faciliten, como el año pasado, el que se privaticen las calles de ese entorno.