En el metro de Barcelona un tipo empuja a otro por la escalera y después le revienta la cabeza a correazos y patadas. En la frontera de México con EEUU, en Arizona, la Patrulla Fronteriza estatal no solo impide de manera continua el trabajo humanitario de la organización No Más Muertes, sino que destroza los bidones de agua y las provisiones que sus miembros dejan allí, junto con las mantas para protegerse del frío helador y nocturno del desierto, para los inmigrantes ilegales. Hace falta tener mala baba o estar al servicio de un jefe miserable --o ambas cosas-- para, como ha denunciado la organización en su informe Interferencia a la Ayuda Humanitaria. Muerte y Desaparición en la Frontera de los EEUU con México, «cortar, pisotear, golpear, verter y confiscar» las botellas de agua que dejan en el desierto. Derramar el agua sobre la arena es una manera más refinada y cruel, pero igualmente salvaje, de tirar por las escaleras a alguien, patearle la cara y golpearle con la hebilla del cinturón en la frente hasta dejarlo inerte en el andén. Son dos noticias recientes de idéntica factura, con la misma fractura sacudida al leerlas. Barcelona y Arizona: esa imagen, derramar el agua en una duna, entre los matorrales. Se trata de grabaciones con cámaras ocultas que demuestran cómo los agentes fronterizos patean --una vez más-- los grandes recipientes de agua que han dejado allí los voluntarios. Según el informe, entre 2012 y 2015 No Más Muertes distribuyó unos 120.000 litros, de los que fueron destruidos 13.400. Afortunadamente, el resto sí pudieron ser usados. Milicias civiles, cazadores, rancheros y miembros de la Patrulla Fronteriza. Demasiadas botas. Así vivimos, entre la indigestión de repugnancia y la sordera habitual del día líquido. En los últimos veinte años se han encontrado restos de 7.000 inmigrantes en el desierto entre EEUU y México. Muchos deshidratados. Está pasando ahí, a un golpe de clic. La realidad. Esta carnicería de la sed.

*Escritor