Entre los años 756 y 929, cuando Ab el Rahmán III se autoproclama califa, Qurtuba estuvo gobernada por emires, que crearon el caldo de cultivo necesario para la eclosión política, cultural y económica de al-Andalus en el siglo X. Sin embargo, las cosas no siempre fueron fáciles. Sirva como ejemplo la rebelión del Arrabal de Saqunda, un barrio populoso de viejos ecos hispanorromanos (su nombre deriva del miliario alusivo a la segunda milla de la via Augusta , y muchos de sus pobladores eran cristianos obligados a convertirse al Islam), situado al otro lado del río, que en 818 se levantó contra los abusos del poder emiral, desapareciendo en el envite. Y es que la represión de al Hakam I fue tan feroz que, tras sofocar la revuelta mandó deportar a quienes habían sobrevivido (trasladados a Fez, Toledo y Alejandría), arrasó el caserío hasta sus cimientos, e hizo sembrar la zona de sal, con la orden expresa de que nunca más se volviera a instalar allí ser humano alguno. Un mandato cumplido a rajatabla, de forma que durante siglos aquella tierra no se dedicó a otra cosa que huertas. La leyenda perduró como una marca indeleble en el inconsciente colectivo de muchas generaciones de cordobeses, deslumbrados ante el arrojo de unas gentes que, espoleadas por el hambre y las humillaciones, prefirieron perder la vida, o cuando menos casa y patria, en defensa de su dignidad y de sus ideales.

De Saqunda se habían conservado, pues, los ecos histórico-legendarios, pero nada más, hasta que con motivo de la remodelación urbanística de la zona, entre 2001 y 2002, los arqueólogos del Convenio GMU-UCO pusieron al descubierto los cimientos de un amplísimo sector del arrabal (16.000 metros cuadrados), conformado por estructuras domésticas, comerciales e industriales organizadas en torno a calles de hasta seis metros de anchura, con tipologías diferentes a las que más tarde nutrirían los grandes arrabales califales. Una parte importante de lo excavado se dejó in situ y al descubierto con la intención de integrarlo bajo el Palacio del Sur, que de esta forma cimentaría sobre la historia más genuina del barrio, buscando legitimación en el pasado. De aquello hace diez años.

Mientras tanto, y a pesar de que en su momento fueron convenientemente vallados, los restos se han convertido (como ocurre con otros muchos solares de la ciudad con las entrañas al descubierto, que despreciamos de forma suicida) en un criadero de jaramagos, sin señalización alguna y con el consiguiente deterioro, derivado de la acción natural de todo tipo de agentes (no sólo atmosféricos). Una verdadera pena, que, de nuevo, no ha contribuido precisamente a que los cordobeses entiendan, respeten y valoren la arqueología; para buena parte de la población un gasto injustificado y prescindible, por cuanto no revierte de ninguna manera en ella ni le aporta beneficios. Por supuesto, no seré yo quien se lo reproche, pero muchos de ustedes estarán conmigo en que el drama se repite, sin que en ello tengan nada que ver los arqueólogos: Saqunda fue ya una vez reducido a cenizas, y hoy lo dejamos descomponerse otra vez, para escarnio de todos.

Viene esto a colación de la polémica desatada tras el anuncio del alcalde de la ciudad en relación con el palacio de congresos, que ya no se construirá en Miraflores, sino en Poniente, aprovechando las instalaciones del Pabellón M. Castillejo. Una decisión que ha desatado la caja de los truenos y provocará numerosos efectos colaterales, entre los cuales qué hacer de una vez por todas con los cimientos del arrabal de Saqunda , expuestos impúdicamente a la intemperie desde hace una década. No entro en cuestionar la verdadera necesidad que tiene Córdoba de un centro de congresos faraónico, cuando el de la calle Torrijos está claramente infrautilizado; tampoco, en preguntar quién se va a hacer cargo de los diez millones de euros invertidos en el proyecto o a poner los que faltan, aunque como ciudadano me siga indignando profundamente la ligereza de manos cuando se dispara con pólvora ajena; ni siquiera, en reflexionar sobre los debates estériles en los que esta ciudad lleva sumida desde hace siglos, mientras se nos escapan, una tras otra, todas las oportunidades, y pasamos por el mundo incapaces de recuperar nuestro lugar en la historia.

No, yo sólo me hago una pregunta, al tiempo que ofrezco mi propia respuesta: convirtamos Miraflores en un gran parque arqueológico sobre los arrabales islámicos de Córdoba, con sectores a cielo abierto y un centro de interpretación en el que se expongan materiales y se explique su dinámica, contextualizando históricamente la gran revuelta de Saqunda , que tanta huella dejó en el devenir subsiguiente de al-Andalus. Lograríamos así una salida airosa para la zona, al tiempo que enriqueceríamos la oferta cultural y turística de la ciudad, con lo que ello supone para la creación de empleo. Dejemos por una vez, que prime el sentido común, y volvamos sin complejos la vista al pasado como apuesta rentable de futuro.

* Catedrático de Arqueología