La nómina del santoral aumenta de manera exponencial, se incrementa de forma directamente proporcional a la ola secularizadora que nos invade. Uno siempre ha creído que los santos y las imágenes de Semana Santa lo son y salen en procesión, a su pesar, y que la santidad no hay que demostrarla con milagros post mortem sino con ejemplos en vida. Pero en esto, como en todo, cada club social o cada ONG es libre de hacer lo que le parezca con sus acólitos. Por ejemplo, San Suárez de Cebreros, mártir, ha sufrido un proceso largo y tedioso en su canonización, a pesar del raro fenómeno de que, según los expertos exégetas para el proceso de la causa de los santos hizo los milagros en vida, y que aun así fue vituperado, perseguido, muerto y sepultado políticamente y sólo resucitó en el imaginario colectivo de las nuevas deidades del Panteón patrio al día siguiente de su óbito. El caso de San Tito Vilanova de Girona i Culé es más merengado --con perdón por el símil blanco--, puesto que el indudable dramatismo de su trágico fin ha puesto dulzona y ha magnificado la parafernalia de la puesta en escena del pésame, y además ha barnizado con una pátina de indefinible tristeza a una afición que ya tuvo su calvario y particular aflicción cuando se enfrentó con Guardiola, o viceversa, estando de cuerpo presente. Soslayemos la canonización de San Gabo Aracatacensis puesto que su proceso y ascensión al paraíso del socialismo real ya ha sido suficientemente glosado en recientes novenas y quinarios y no es cosa de mover más el merecidísimo hisopo. Visto lo visto, la Iglesia santifica peor. Más aburrido.

* Profesor