Si hace unos días se conmemoraba la Declaración de los Derechos del Niño, y poco después la Declaración de los Derechos Humanos, desgraciadamente hoy, en todos los colegios del mundo, deberían de guardarse dos minutos de silencio como compromiso de solidaridad con todos los niños víctimas de la violencia, la miseria y la explotación, pero especialmente por esos 132 niños asesinados este martes en una escuela de la ciudad pakistaní de Peshawar. Y da igual que esté a millares de kilómetros de distancia. Hoy, en esta aldea global del mundo, Peshawar, su dolor y sus familias, somos todos.

No se trata de un acto de locura, sino de un acto de barbarie despiadada y de maldad calculada. Una fracción de fundamentalistas talibanes, cegados por la venganza y el odio actuó contra los más vulnerables, contra la esperanza de toda sociedad y de toda convivencia, en una guerra total sin reglas. Tampoco se trata de un hecho aislado ni es la primera vez que lo hacían. Ya habían decapitado a 13 niñas, destruido 170 escuelas y colocado bombas en otras cinco más con anterioridad.

Son los mismos radicales de Boko Haram que secuestraron a más de 200 niñas al norte de Nigeria hace unos meses tras asaltar una escuela; los mismos talibanes que el 9 de octubre de 2012 intentaron asesinar a la joven pakistaní Malala, la reciente Premio Nobel de la Paz más joven de la historia, por oponerse a la prohibición impuesta a la niñas por aquéllos de asistir al colegio.

Con este acto de barbarie, los talibanes mandan un mensaje de desafío a toda la comunidad internacional, mostrando su verdadero rostro y sus perversas intenciones, que deberá encontrar una respuesta más unánime y rotunda de ésta que garantice el derecho a la vida y la integridad de todos, el derecho a la educación de niños y jóvenes, y el derecho a la igualdad entre hombres y mujeres. Respuesta que, no olvidemos, debe exigir la sociedad civil.

Dos mil años después, seguimos llenando el calendario, día a día, de santos inocentes, sacrificados por el hambre y la violencia, por el odio y la venganza, por la explotación y la miseria, fruto de un desamor globalizado frente al que hoy se reivindica una esperanza nueva.

"¿Por qué los países que llamamos fuertes son tan poderosos creando guerras pero tan débiles para traer la paz? ¿Por qué dar armas es tan sencillo, pero dar libros tan duro?", dijo la joven Malala Yousafzai en su discurso de ceremonia el 10 de diciembre en Oslo al recibir su Premio Nobel. "No estoy aquí sola", decía Malala. No, no lo estás, muchos caminamos a tu lado, aunque no podamos contener las lágrimas de esas 132 familias y de toda una sociedad amenazada hoy por la ceguera del odio.

* Abogado