Un nuevo año celebramos el 8 de agosto la festividad de Santo Domingo de Guzmán, fundador de la Orden de los Predicadores, conocidos por los «dominicos».

En esta ocasión nos queremos fijar en una característica de Domingo de Guzmán que sus biógrafos e historiadores han resaltado en numerosas ocasiones: era una persona que estaba muy atenta a los «signos de los tiempos».

Este término, asumido por el Concilio Vaticano II gracias a la aportación del teólogo dominico Chenu, es definido por la Constitución Pastoral Gaudium et Spes como el conocimiento y comprensión del mundo en que vivimos, sus esperanzas, sus aspiraciones y el dramatismo que con frecuencia le caracteriza.

Domingo de Guzmán era un hombre observador y crítico. Tuvo conciencia clara de que la sociedad del siglo XIII vivía síntomas de cambio, de un cambio profundo. En su trato directo con la gente --otra de sus principales características-- apreció el impulso creciente de algunos movimientos sociales (las asociaciones locales, los gremios, las confraternizaciones, las universidades). Eran movimientos abiertos y con sistemas de gobierno en los que comenzaba a prevalecer la representación y la elección, y, sobre todo, el respeto por la persona, por su dignidad.

Este análisis de su realidad social, este estar atento a los signos de su tiempo es lo que hizo a Domingo dar a la Orden que iba a crear un estilo novedoso y original, con un carácter nuevo en la Iglesia e incluso en la sociedad civil de aquel tiempo. Domingo de Guzmán tuvo presentes valores fundamentales como la dignidad de la persona, la representatividad, la colegialidad, la solidaridad, la búsqueda de la verdad y el bien común. Todo ello interpretado desde la fe cristiana. Sabía escuchar y hablaba para exponer con amor la verdad y el Evangelio. Su primer biógrafo y sucesor, fray Jordán de Sajonia, nos dice que «con su alegría se atraía fácilmente el afecto de todos y cuantos le miraban quedaban de él prendados; donde quiera que se hallase, en casa o de viaje predicando, siempre tenía palabras de edificación y abundaba en ejemplos con los que inclinaba a los ánimos de los creyentes al amor de Cristo».

Estar atentos a los signos de los tiempos, podríamos decir con palabras más actuales, no es intentar que se repita el pasado, es ser sensibles y estar abiertos en cada momento a las realidades humanas y a los acontecimientos temporales, porque en ellos también habla Dios; es comprender cada presente para iluminarlo con la luz del Evangelio, estando en diálogo permanente con los que nos rodean, lo cual significa escuchar, además de hablar.

Y ese objetivo al que Santo Domingo dedicó su tiempo, en su época y en su sociedad, ese carisma que infundió a su Orden de Predicadores, el estar atentos y ser conscientes de los signos de los tiempos, para desde ahí llevar a cabo la predicación del Evangelio para la salvación de la humanidad por el conocimiento de Jesucristo, es el que han venido y continúan realizando, cada uno desde su lugar dentro de la sociedad, desde hace más de ocho siglos, sus seguidores, en sus distintas ramas: frailes, monjas contemplativas, religiosas de vida activa, laicos y jóvenes dominicos.

* Fraternidad laical Santo Domingo de Scala Coeli-Córdoba