Si los pueblos y los territorios de España nos ponemos en plan chovinista (patriotismo fanático, exaltación desmesurada de lo nacional frente a lo extranjero) caeremos en el ridículo de enfrentar al San Rafael del padre Roelas con el Sant Jordi de los catalanes, como si el cielo fuera fiel reflejo de las inútiles disputas humanas. Hay cordobitas que se dedican a relatar las glorias y epopeyas del pasado de Córdoba sin más autoridad que la que le confiere una buena copia de crónicas de la historia. En ese saco caben todos aquellos que se nutren de los Ramírez de las Casas Deza o De Arellano, que han bebido ad pedem litterae , de los Anales de la ciudad de Córdoba o de Paseos por Córdoba , respectivamente. Y en esa misma línea andan quienes piensan que Sant Jordi y el dragón es la historia y cierra Cataluña de quienes se toman las fronteras como artículo de fe y de esa señalización de carretera hacen el leit motiv de su existencia. Hay que respetar siempre las opiniones de todo el mundo. Pero me sobrecogen (por no decir me asustan) las de Oriol Junqueras, cuya única prioridad vital estriba en proclamar la independencia de Cataluña, como si ahí radicara la felicidad, por ejemplo, de mi cuñado Rufino, que nació en El Guijo y que se fue, como otros andaluces más, mi hermana sin ir más lejos, a Cataluña en el momento en que las circunstancias de supervivencia en Andalucía así lo aconsejaban. San Rafael está muy bien para lo que está (no para la inmatriculación), lo mismo que Sant Jordi, pero de eso a hacer artículos de fe para ganarse la voluntad de los ciudadanos a base de verdades relativas es una postura que parece alejada del sentido común.

El domingo pasado Jordi Evole se trajo a Andalucía a Oriol Junqueras, líder de Esquerra Republicana de Cataluña, a echar un rato con andaluces en Sevilla. Aunque todo parecía normal, como cuando las personas hablamos de la vida, en el ambiente quedó la sensación de que este político independentista vivía por una obsesión --la independencia-- en vez de por una consecución beneficiosa para los ciudadanos catalanes.

La democracia es el gobierno del pueblo, que somos todos. Pero a veces, en nombre del pueblo, toman el mando gentes cuya obsesión es desmembrar un país de su matriz y a cuya construcción contribuí con mi turno de noche en la Coca-Cola y mis amaneceres de barrecha y Tele/eXprés . Cada vez me produce más miedo la fe. Que San Rafael y Sant Jordi hagan lo posible para preservar el sentido común que han perdido tanto los excesivamente creyentes como los políticos.